SEMANA SANTA 2024
Los últimos imagineros de Valladolid
Ángel Martín y Miguel Ángel Tapia son dos de los escasos escultores en madera que aún elaboran imágenes y santos de Semana Santa, tras la muerte del zamorano Ricardo Flecha en 2023
A golpe de gubia, Ángel Martín y Miguel Ángel Tapia mantienen con vida la esencia de la imaginería castellana. Sus talleres, en las localidades vallisoletanas de Medina de Rioseco y Viana de Cega, representan algunos de los últimos huecos, una luz bajo la esperanza, de aquella escuela castellana que en los siglos XVI y XVII arrancó sobre todo Juan de Juni y Alonso Berruguete, entre otros, y cuyo culmen alcanzó el gallego Gregorio Fernández en su taller de Valladolid.
Casi 450 años después de su nacimiento, la vitalidad de la Escuela Castellana perdura, pero tiene grietas, causadas, en gran medida, por la inspiración andaluza que ha llegado a muchas de las procesiones de Castilla y León. “Estamos siendo inducidos”, sostiene el escultor Ángel Martín en su taller de Rioseco, desde donde ha esculpido auténticas maravillas para las semanas santas más importantes del país. Uno de sus últimos trabajos, salido hace pocas semanas de la Villa de los Almirantes, son las andas del simbólico Cristo de la Luz de Valladolid, al que ha restado casi 120 kilos de peso en hierro para favorecer su salida por el dintel de la puerta del Palacio de Santa Cruz. “Pesaba más de 600 kilos en unas andas de 1,55 por 1,95 metros”, recuerda Martín, quien asiente que “cada uno que llegaba quería dejar su impronta y metían más hierro para sujetar mejor la cruz, el cristo y el calvario”, comenta a Ical en un mañana previa a la Semana Santa, donde desde la puerta de su ‘laboratorio’ ya se respira la pasión riosecana.
Tanto Martín como Tapia, dos de los escasos escultores en madera que aún elaboran imágenes y santos de Semana Santa, tras la muerte del zamorano Ricardo Flecha en 2023, cumplen con la misma metodología de trabajo artesano que seguía Gregorio Fernández, a quien ambos nombran repetidamente durante la conversación, lo que constata su vocación hacia el imaginero renacentista. Todo nace a partir de un molde en arcilla, ayuda con reglas y calibres. “No estoy inventando nada”, apunta el escultor terracampino.
Tapia señala que con la ayuda de la digitalización ahora agiliza más ese primer moldeado, que luego “recibe la calidad humana del escultor en cada talla”. “Es el mismo apoyo que los renacentistas tenían con sus ayudantes”, desvela. Los dos son talleres artesanos de segunda sección, es decir, que cuentan con un “maestro de cabeza”.
Martín ha estado ocupado este último año en una estatua de Santiago Peregrino que se ha colocado en el cercano Valverde de Campos, tallado allí mismo, bajo el primer techado de la iglesia, “donde los vecinos lo han visto crecer como si fuera un niño hasta su terminación”. También admite estar “preocupado”, como coincide Miguel Ángel Tapia, “porque no hay casi nadie que venga detrás para mantener el oficio y no hay planteamientos de que pueda haberlos”.
Mientras talla una de las vírgenes que duerme en el centro de su taller, menciona de nuevo a Gregorio Fernández: “Él dejaba las obras así, muy finas, como el papel de fumar”.
Tuvo la “oportunidad” de tener entre sus manos “al primero y al último Cristo Yacente que talló Gregorio. Ahora muchas de las obras de los dos artistas procesionan en Segovia, León o Valladolid, donde lo hacen además junto a las del imaginero gallego y las de muchos otros que crearon escuela y de la que ellos mamaron. Pero también han apostado por la decoración de las andas y los tableros que deben soportar y transportar esas joyas de madera, como la de la Virgen de la Amargura, que lo estrena este año gracias a las mano de Ángel Martín, quien insiste en que “no puede ser de otra manera y hay que hacerlo como aquellos maestros lo hacían”.
“Muchas veces me preguntan porque no me pongo guantes para trabajar la madera, pero necesito sentir el golpe a la gubia, aunque me pueda hacer alguna herida”, asiente. De hecho, admite que en función del movimiento, un escultor debe entrenar antes su muñeca y el brazo a esos golpes que va a propinar durante mucho tiempo.
Guarda mucho cariño a una virgen que le encargaron restaurar en Avilés (Asturias). “Llegó aquí al taller negra negra, como recién salida de la mina. Les dije que tenían una joya y no me creyeron; cuando vieron el resultado pensaban que no era la misma. Me quieren con locura porque he trabajado dos esculturas allí ya”, sentencia.
Sobre todo cedro
Apunta que en el Renacimiento, la Escuela Castellana utilizaba madera resinosa, sobre todo pino de los montes de Burgos y Soria, que “además tenía que ser cortada en buena luna menguante, de enero, para que la savia permaneciera en la raíz”. Pero los tiempos han cambiado y ahora se usa la de cedro y otras coníferas, “a la que no atacan los bichos y no se pudre” y “se vuelve dura con la policromía, una cuestión en la que da la razón a la escuela sevillana”.
Ángel Martín señala que muchos de los pasos de su localidad natal y los tableros han pasado por sus manos para posibles restauraciones, algo que se evidencia en una visita al cercano Museo de Semana Santa, donde él mismo muestra algunas de esas obras.
Aquí se hacen santos
Tapia recibe al visitante en su taller, repleto de caras de cristos, santos y réplicas de figuras reales, como lo hacía el propio Gregorio Fernández en Valladolid hace cuatro siglos. “Él tenía un cartel que ponía ‘Aquí se hacen santos’; y me gustó y le he dado ese nombre a mi taller”. Nació en la capital del Pisuerga pero pasó la niñez a caballo entre esta ciudad y León, donde descubrió los materiales de su oficio en su estado natural: la madera en plantaciones de chopos y robles del monte, rodeados de barreras (yacimientos de barro para las fabricas de tejas).
Dibujaba siempre animales domésticos, labores y oficios del campo que eran parte del ambiente que me rodeaba durante los años que estuve en León. Años después, son obras suyas pasos tan conocidos en Valladolid como ‘La Oración del huerto’ o ‘El Prendimiento’, de la misma cofradía, y que a partir de 1996 le abrió las puertas de bastantes más encargos. También La Virgen de la Alegría y un Cristo Yacente que no procesiona, en San Benito, y que “mucha gente confunde con un Gregorio Fernández”, algo de lo que se muestra orgulloso. Y en Soria, ‘El Resucitado’ y la Virgen de la Alegría. ‘El Prendimiento’, su primera obra, supuso un trabajo de cinco años, uno por cada figura del paso. “Profesionalmente prestigia mucho, aunque hay que compatibilizarlo con otras cosas porque económicamente no compensa”, apunta.
Destaca las figuras de los zamoranos Esteban de Rueda y Sebastián Ducete, “dos escultores que tuvieron la mala suerte de coincidir con Gregorio Fernández”.
El comienzo de la talla
Empezó con 16 años un oficio que le permite ver cortar la madera, que siempre ha sido para él, reconoce, “una sensación de plasticidad”. Se enamoró de ese momento en el que el hacha lucha contra el tronco del roble, una herramienta de corte sobre un material noble, que hace saltar la viruta grande y la lanza por el aire. Recuerda que en el montón de leña siempre encontraba “algún trozo de madera que tenía un parecido a una cara, un animal o alguna forma dada por la naturaleza, que con un poco de imaginación y herramientas, muy poco apropiadas, conseguía modelar o tallar”.
Llegó al oficio a través de la Escuela de Artes y Oficios de Valladolid, donde hasta los años 80 se impartía la especialidad de imaginería. Debido a la falta de alumnado desapareció. A raíz de ahí pasó por los talleres de diferentes oficios y se especializó en la de Técnicas del Volumen, para acabar de descubrir la madera como material “modelable, cálido y esencial para construir” obras y el “gusto por todo lo relacionado con el arte”.
Eso prendió la mecha de ‘Aquí se hacen santos’, un homenaje a Gregorio Fernández y al respeto a la realización de una imagen, donde lo esencial es “contrastar toda la información que desde antiguo se ha escrito de él, y que por lo general tiene unas simbologías, atributos y colores con los que se deben representar”, reflexiona, para terminar, desde su taller de Viana de Cega.