Diario de Castilla y León

2 AÑOS EN 6 OLAS | LO QUE LA PANDEMIA CAMBIÓ... EN LOS COLEGIOS

Enseñar con la mirada

Niños que llevan casi un tercio de su vida en pandemia, otros que se redescubren dos cursos después tras la retirada de mascarillas en el patio, fiestas suprimidas, ropa térmica para soportar el frío en el aula, tutorías telefónicas, distancias que se agrandan, pupitres separados, profes reconvertidos en multimedia a toda velocidad y confinamientos que trastocan a padres, docentes y alumnos

Escolares juegan en el patio del colegio vallisoletano Ponce de León.- PABLO REQUEJO / PHOTOGENIC

Escolares juegan en el patio del colegio vallisoletano Ponce de León.- PABLO REQUEJO / PHOTOGENIC

Publicado por
Alicia Calvo
Valladolid

Creado:

Actualizado:

Dos cursos juntos y no se reconocían. «¡Mamá, menudos mofletes tiene Yago! No me acordaba de cómo era su boca, ni de la cara de muchos de mis compañeros». A sus siete años, Candela redescubrió hace unas semanas por primera vez el rostro cambiado de muchos de los niños con los que lleva años compartiendo aula o recreo, cuando el Gobierno retiró la obligatoriedad de llevar mascarilla en exteriores  y se incluían los patios.

Esta alumna del colegio público García Quintana en Valladolid, lleva, como tantos otros menores, casi un tercio de su vida en pandemia. La de no ver cambiar el rostro de tus compañeros de clase es una experiencia de la que nuestro mundo no tenía precedentes. Tampoco de la de cómo los niños iban a descubrir su faz interior a los adultos.

El colegio no ha cambiado su aspecto exterior, cierto, pero no es el mismo lugar donde entraron con nervios no hace tanto. Y ha mutado en una casa encantada donde el fantasma del Covid toma el cuerpo de cualquier compañero o el tuyo propio, una especie de videojuego sin realidad virtual del que te pueden eliminar mandándote a casa .

Nicolás, el hermano mayor de Candela, y sus amigos Lucas, Martín y Yiksa , de diez y once años, tienen más recuerdos del cole prepandemia que ella y echan de menos algunas de las comodidades tan sencillas como «hacer deporte sin ahogarte con la mascarilla». «Lo peor es lo incómodo que es hacer educación física con la boca y nariz tapadas. Nos cansamos más». Extrañan también la proximidad con sus colegas de pupitre. «Las mesas están muy separadas y en el patio tampoco estamos todos los cursos juntos», relatan a la salida del colegio estos escolares de quinto de Primaria para resumir cómo el Covid ha variado la convivencia en las aulas, y profesores, padres y escolares acumulan meses de readaptación continua en un entorno que gana en relaciones telemáticas y «pierde dinamismo» al paso de cada ola. Un lugar de encuentro en el que la distancia –no solo la física– se agranda, con ventanas siempre abiertas y puertas que nunca estuvieron más cerradas al exterior.

«Nos queda un niño para que nos cierren la clase» , comentan con una naturalidad abrumadora a la salida del colegio Jesús y María dos escolares de tercero, tras enumerar el nombre de los menores confinados con positivo en coronavirus. Con el 20% de los escolares contagiados, o con cinco a la vez, se cierra una clase y se pone en cuarentena siete días. «Están todo el día pendientes de eso, los pobres», apuntan los padres de uno de los grupillos que se forman en la Plaza de Santa Cruz de Valladolid tras el timbre de salida. «Nos quedamos en la plaza porque los niños tienen necesidad de estar juntos. Se han perdido muchas reuniones, quedadas con amigos y los cumpleaños casi ya no se hacen».

En otro punto de la capital, junto a la Plaza España, Almudena y María prolongan la jornada escolar para que sus pequeños Diego y Eva jueguen y disfruten. «Ahora que las relaciones son mucho más a distancia tienen más ganas de quedar como siempre y de juntarse. Son responsables y se adaptan mejor que nosotros, pero están hasta las narices. Afecta a cosas tan simples como que el día del cumple no puedes llevar un bizcocho y repartirlo», reflexionan estas dos madres, que también identifican otros obstáculos a los que unos y otros, padres e hijos, se han acostumbrado a la fuerza.

Se habla del Covid persistente, pero ¿qué hay del miedo persistente que padecen algunos menores por algo para lo que los mayores no tienen respuesta pero exigen sacrificios? El mayor de los cambios a los que se refieren no es perceptible a simple vista. «Están más sensibles, tienen más miedos y han retomado otros superados, como la oscuridad, quedarse solos, enfermar o que enfermen gente de su familia...», apuntan antes de pasar a otros aspectos más tangibles como el biruji de dos inviernos con las ventanas  abiertas durante las clases que combaten con ropa térmica. «Han pasado mucho frío. Algunos niños llevaban mantas; otros, varias capas, y lo toleran, pero tenemos que buscarles soluciones y todo genera estrés».

Lo causan fundamentalmente las dificultades de conciliación y la tensión por un posible contagio y sus repercusiones en la salud, pero también cuestiones del día a día como la organización en casa para cuidar a los niños. «Tu hijo está confinado, pero a ti no te dan la baja. Es incomprensible y un gran problema que supone quebraderos de cabeza y hacer equilibrios», indica Almudena.

Los progenitores acusan en muchos casos, además, la falta de proximidad con el personal docente. Así lo relata María: «El año pasado conocí a la profe en febrero. Si no hay problemas, no pasa nada, pero cuando suceden cosas se echa de menos esa cercanía que ahora no hay».

Las salidas y entradas escalonadas, los almuerzos en tiempos alternos y los patios compartimentados para que ningún curso se mezclara con otro son imposiciones visibles que van desterrándose conforme avanzan de manera menos agresiva las olas del Covid.

El director de otro centro de la ciudad, el Ponce de León, Gregorio Pérez , constata la dimensión de la transformación vivida en estos dos años, aunque en la actualidad la situación no sea tan extrema como al principio de la crisis sanitaria. «La dinámica ha cambiado. Sobre todo se nota en el trato humano con la gente, de los profesores con alumnos y con padres. Aunque estamos pendientes de los niños, a la vez estás un pelín más distante». Un pelín, insiste, pero que cuando se desenreda resulta tan extenso como el de Rapunzel. «La tutoría de toda la vida se pasó a llamadas; las reuniones, a videollamadas; el acceso al centro era directo y ya no. La distancia social de la que se habla también se traslada al colegio y se mantiene. El trato es más impersonal y reina un poco de tristeza, no es la alegría que había antes, aunque intentamos recuperarla», indica Pérez.

Y entre los dos puntos de distancia se entromete el ‘tapabocas’. Pérez imparte Educación Física y asegura que «dar clase con mascarilla es una tortura, supone un esfuerzo brutal y no llega la voz». «He aprendido a gesticular con los ojos porque es lo único que te ven. Si ahora gasto una broma guiño un ojo cuando antes hacía una mueca o un gesto. Interactuamos con ellos a través de la mirada».

Convertirse en multimedia de la noche a la mañana, de un viernes  cualquiera de los marzos del pasado a un lunes de confinamiento repentino, ha supuesto una prueba de fuego para docentes y escolares. «Hay diferentes generaciones y ver cómo quienes no dominaban las nuevas tecnologías hacían un esfuerzo tremendo para conseguirlo y comunicarse con sus alumnos es de alabar. Estábamos acostumbrados a un tipo de enseñanza de toda la vida, y sin formación nos tocó aprenderlo todo». Pasadas seis olas, se mantiene esa dualidad porque el maestro atiende al alumno confinado a través de la red. «A la labor de la clase se suma la de casa. Se multiplica la tarea», apunta Gregorio Pérez.

Un ejemplo ilustrativo de cómo aunque las olas pasen la resaca de la preocupación no lo hace del mismo modo es que, pese la retirada de la imposición de la mascarilla en los recreos, «la gran mayoría sigue llevándola» , explica el director del Ponce. «Nos ha llamado la atención que la mentalidad no cambia de repente. Son 400 chavales y se quitan la mascarilla 50. Imaginamos que gradualmente irá a más».

Los que tradicionalmente se convertían en los días más esperados por los estudiantes, las fiestas de fin de curso o de Navidad, se han suprimido o adaptado. «No las celebramos. ¿Cuándo volveremos a tener el patio lleno de espuma? Todos lo deseamos y los niños necesitan irse de excursión, tener de nuevo sus fiestas y volver a ser niños».

No todas las caras de esta evolución obligada son negativas. «El tiempo que tuvimos los patios como corralitos, cada niño con su clase, disminuyeron los conflictos». Esta afirmación pertenece al director del Ponce de León, pero también la asume Jesús Ángel González, su homólogo en el colegio Alvar Fañez, de Íscar, que añade otro punto positivo, a su juicio, de esta pandemia: «Ha acelerado la formación tecnológica del profesorado y de las familias. Todo el mundo hablaba de que en el futuro habría que implantarla, pero esto nos ha ayudado a incorporarnos de sopetón a la formación tecnológica en unas semanas cuando habríamos tardado cinco años».

Desde este centro educativo perciben diferencias con la época precovid en «la forma de jugar». «Ha variado todo lo que es la interacción dentro y fuera del aula. En el recreo ya no son tan interactivos, no interactúan tanto unos cursos con otros. Y en el día a día todo es menos espontáneo, está más dirigido y pautado. Antes se te ocurría algo y lo hacías, ahora hay que mirar cien cosas». La flauta ya casi no resuena en el aula : «Las clases de música son diferentes, como las de educación física o los trabajos en grupos».

MENOS EN LA CALLE Y MÁS EN CASA

El tercer vértice del triángulo educativo, junto a profesores y estudiantes, son los progenitores. Desde la Confederación de Federaciones de Asociaciones de padres y madres de Castilla y León (Confapacal) su presidenta Soledad Alegre detecta un efecto profundo en los escolares y desvela el lado oscuro del avance tecnológico. «Falta espontaneidad. Creemos que toda la vida social que se ha perdido de manera general ha repercutido en los chicos y les pasa una factura emocional y social que ya estamos viendo. Cada vez hay menos tiempo de calle y más de casa». Y ante este escenario, advierte de dos peligros: «Abuso de consola y mal uso de las redes». «Esa falta de relación espontánea lleva a un ocio menos saludable. Hace que muchas relaciones se limiten a las redes, donde se dan problemas de abusos y malentendidos, y que los niños se acerquen a las tecnologías antes de la cuenta y se pierdan habilidades sociales y relaciones que, pasado tanto tiempo, no son capaces de retomar».

Apunta también en otra dirección, la del entorno familiar, que a veces resulta perjudicado por la nueva realidad. «Las relaciones familiares también se ven afectadas porque el apoyo educativo de los padres es mayor, han tenido que explicar, supervisar... y ha sido una fuente de enfrentamiento», detalla Alegre, quien agrega que «si ya tenemos un currículum demasiado academicista, la pandemia lo ha hecho más rígido». «En un principio el trabajo on line fue un descubrimiento, pero también supone un esfuerzo extra».

Respecto a ese, en ocasiones inalcanzable, concepto de conciliación, Alegre asevera que «han sido dos años de locura con cambios de normativa y dificultad para atender a los hijos cuando a la vez se está trabajando».

Para la confederación autonómica de asociaciones de padres y madres volver al punto de partida resulta utópico. «Al niño que le pilló con once años, tiene ahora trece y en esos dos años ha perdido muchas cosas que no se recuperan. Será difícil regresar a ese punto inicial», confiesa Soledad Alegre.

Los mismos augurios baraja el director del Ponce de León: «Mucho de todo esto se quedará. Nos costará años recuperar todo y acortar distancias. Sucede a nivel social como sociedad, pues igual con los niños, y eso que son los que más rápido se adaptan, los más obedientes y responsables. Nos han dado una lección. De quitarse el sombrero». 

tracking