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Ensayo de dos profesores de la USAL sobre el género policíaco

"Un policía como protagonista no tenía acogida en la novela negra en la Dictadura"

Dos profesores de la USAL afirman que Carvalho y otros detectives suplieron desde 'su ojo privado' el peso del relato de las sagas policíacas con una mejor conexión con el lector

Los profesores de la USAL, Álex Martín y Javier Sánchez, autores del libro 'Veinte años y un día' un ensayo sobre la noeva negra.E.M.

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Valladolid

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«Un policía franquista no era bien acogido por el lector como investigador protagonista en una novela negra de la etapa de la Dictadura, por ello nació Pepe Carvalho de la pluma de Vázquez Montalbán, y otros detectives, porque eran personajes más cómodos, con su visión particular de ver las cosas. Un ‘ojo privado’, un testimonio solitario, que se limitaba a impartir justicia, siendo consciente de que era un ganador de batallas, pero al tiempo un perdedor de guerras».

Quien habla es Álex Martín Escribà, profesor de la Universidad de Salamanca (USAL) que, junto al también docente Javier Sánchez Tabernero, acaba de publicar el libro ‘Veinte años y un día’, un ensayo donde repasan (con sus temas recurrentes, sus fobias y sus filias) a los grandes autores de la novela negra en España y en el resto del mundo.

A juicio de Martín, la visión de la Policía en el año 1975 era la de un Cuerpo «represor». «La ciudadanía no veía con demasiados buenos ojos sus cargas en las manifestaciones y en los conflictos estudiantiles. Era extraño que el protagonista fuera un policía. Carvalho, por contra, era un termómetro de la sociedad».

Pero esta imagen del inspector con bigotito, rayban y gomina ha dado paso en la actualidad a una Policía y una Guardia Civil modernas y avanzadas que son parte clave de la novela negra española. «Se ha producido una recuperación en la confianza en las Fuerzas de Seguridad del Estado, por ello, Lorenzo Silva, crea, por ejemplo el personaje de Bevilacqua», apunta.

Conocedor del género ‘noir’ como pocos, el profesor Álex Martín Escribà asegura que España posee en actualidad un «excelente nivel» en novela negra por diversidad y heterogeneidad. «La novela negra se escribe ahora desde diferentes perspectivas, algo que no ocurría en los primeros años del género, donde están Vázquez Montalbán, Juan Madrid, Andreu Martín… con obra más detectivesca. Ahora no: tenemos una gran cantidad de autores y, además, repartidos en todo el territorio nacional. Antes, era sobre todo Barcelona y Madrid. Es un síntoma de normalidad y de consolidación», asevera Martín.

Y sobre el protagonismo de la ‘investigación’, Martín celebra que el hilo conductor ya no recaiga en un detective crepuscular. «Hay novelas protagonizadas por policías, por detectives e incluso por delincuentes que tienen que sobrevivir por culpa de la pobreza o de la opresión social, e incluso relatos narrados desde la primera persona de un asesino. Se ha producido un boom, es la realidad. En España no se pudo escribir novela negra hasta que murió Franco… y no hace tanto tiempo de eso», recuerda con ironía.

Su reflexión es compartida por los autores del género como Francisco González Ledesma. En el libro se recoge una contundente reflexión del escritor nacido en Barcelona en 1927: «Muerto Franco, cualquiera descubría que España era un país de trama policiaca. Negocios sucios, tumbas anónimas, mafias familiares, misterio sin resolver (desde el ‘hombre de la gabardina’ de Montejurra hasta el Grapo y su financiación), ciudades que nacían de nuevo, señoritas en trance y, oh, sorpresa, cuernos tan antiguos que parecían haber nacido con bula papal».

Si Martín da una nota muy alta al ‘noir’ español, la calificación para los escritores de temática policíaca en Castilla y León, no es menos generosa. El docente de Lengua Española en la USAL se congratula de que Castilla y León sea una extensión del buen momento del género en España, con abanderados como el zamorano afincado en Salamanca Luis García Jambrina; el vallisoletano César Pérez Gellida; el hijo de zamoranos y afincado en Vizcaya, Félix González Modroño, o el también zamorano Jesús Ferrero.

Para todos ellos Martín, tiene un adjetivo preciso. Una contribución al poliédrico género de las historias criminales. «De Gellida destaco que es un escritor de thriller. Un constructor de tramas y personajes que atrapan, una capacidad que también posee Dolores Redondo. Consiguen que el lector no pueda parar de leer. Son autores tipo best seller, de mayorías, que utilizan mucho la acción y el efectismo».

De Jesús Ferrero, subraya su ritmo pausado, pero eficaz para crear poso en el lector. «Es un lenguaje más elaborado, con una literatura algo más lenta, pero tiene un gran don para describir ambientes y atmósferas», afirma.

Sobre Jambrina y Modroño, resalta el profesor que son dos autores que combinan «muy bien» la estructura histórica con la novela negra. «Utilizan los tiempos pasados más remotos y acontecimientos históricos al estilo Umberto Ecco. En el caso de Jambrina, con éxito ya que tiene una serie basada en Fernando de Rojas en el siglo XIV. Además acaba de publicar un libro que se titula ‘El primer caso de Unamuno’ que sucede en Boada, muy cerca de la capital salmantina».

Por todo ello Martín concluye que existe una «escuela de género» en Castilla y León en las nueve provincias, «desde muchas perspectivas» y más aún, con una eclosión de congresos sobre criminología en auge, caso del organizado durante 20 años por los dos autores del libro –Congreso de Novela y Cine Negro de la USAL de 2005 a 2024 o el Congreso ‘Caja Negra’ de Valladolid que ya suma dos ediciones de éxito.

El profesor añade que el género criminal no ha tocado techo. «Este tipo de literatura goza de una gran salud y de un nivel muy potente de lectores, porque se enganchan a lo literario y también a lo audiovisual, los videojuego, las series televisivos o la novela gráfica.

La ciudad, protagonista

La importancia del espacio resulta fundamental en algunas de estas sagas, en las que la trama investigadora y la evolución de las pesquisas policiales parecen situarse en segundo plano frente a la importancia de la descripción física, social y humana de la zona por la que se mueve el investigador. Es el caso de las sagas de Dolores Redondo y Domingo Villar, ambientadas respectivamente en el Valle del Baztán y las Rías Baixas. También es el caso de César Pérez Gellida con Valladolid en Memento Mori.

En el libro se recogen varios ejemplos. El francés Jean Claude Izzo describe así a Marsella: «No es todo de color rosa. Es una ciudad sin trabajo, sin dinero, y sin embargo hoy en día es también una ciudad de la imaginación, de los sueños porque siempre inventa».

Y cómo no, están las reflexiones de Pepe Carvalho cuando escruta las calles de Barcelona. «Sus paseos por el Barrio Chino no eran más que itinerarios hacia las entrañas del país de su infancia del que ya no empezaba a quedar piedra sobre piedra».

Está la Ciudad Condal de Carlos Zanón «descarnada y bilingüe, que necesita dinero y oportunidades y sobre todo ganas de buscarlas. Una Barcelona que se mete en los líos y no siempre saber salir de ellos».

O la imagen más descarnada de Jordi Ledesma quien pone en boca de Santi, su personaje, la siguiente radiografía del extrarradio de la capital de Cataluña. «He crecido en la periferia de una ciudad insana, enferma, cuyo centro ofrece a sus visitantes mamadas indiscretas, a diez euros, en esquinas impregnadas de vómito y orín, Y alojamiento público en banco o cajero, sobre cartón, con una garrafa vacía por almohada. Una ciudad que propone asalto y tirón para pagar el speed-ball».

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También es transversal el protagonismo de la gastronomía y su liturgia en los escritores, al menos, los del Mediterráneo, como Simenon, Montalbán, Andrea Camilleri, creador del comisario Montalbano, o el griego Petros Márkaris y su comisario Jaritos. Cada uno de los personajes tiene su propio ritual gastronómico. El de Montalbano, por ejemplo, radica en saborear todo aquello que va comiendo, especialmente si se trata de los tomates rellenos que le prepara su mujer. Pero este placer culinario ¿se refleja también en el noir nórdico? «¡No!», contesta Martín. «Los nórdicos se caracterizan por todo lo contrario: comen mal y rápido. La comida no es importante en la novela. El personaje de Henning Mankell, Kurt Wallander, se pasa el día comiendo bocadillos y pizzas».