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Bajo un cielo con más de 500 años de historia

El Cielo de Salamanca es un reclamo turístico para la ciudad cuya historia narra una lección pedagógica de la conjunción entre el arte y la astronomía

El Cielo de Salamanca es un reclamo turístico para la ciudad cuya historia narra una lección pedagógica de la conjunción entre el arte y la astronomía. - ICAL

Publicado por
Redacción
Valladolid

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A lo largo de los siglos el cielo ha sido una esfera inalcanzable para el ser humano. Alzar la vista, contemplar las estrellas y pensar en qué habrá es una de esas dudas que siguen cautivando tanto a expertos como a la gente de a pie. 

El siglo XV en Salamanca fue un momento clave para el desarrollo de la astronomía y la astrología. Bajo la influencia de Abraham Zacut, nombres como Nicolás Polonio, Juan de Selaya o Diego de Torres trabajaron en la cátedra de Astrología de la Universidad. Unos años en los que el conocimiento de estos estudiosos se cruzó con el arte de Fernando Gallego, autor del retablo mayor de la catedral de Ciudad Rodrigo, y uno de los pintores más destacados que trabajaba en la ciudad entre los años 1483 y 1486.  Su pincel, bajo las directrices teóricas de los autores intelectuales, dieron origen a la bóveda astrológica de la Biblioteca de la Universidad.  

Constelaciones, astros, vientos o estrellas son algunos de los elementos que han llegado hasta la actualidad a través de la pintura de Fernando Gallego, conocida como el Cielo de Salamanca. Un atractivo turístico de la ciudad, que inspiró el logotipo de la Capitalidad Cultural en 2002. Más allá de esta conjunción de arte y astronomía, la obra guarda historia, simbología y un mensaje cristológico y religioso desconocidos para muchos de los visitantes que atraviesan la puerta del Patio de Escuelas Menores hasta esta sala que te transporta bajo el cielo del siglo XV.

Una pareja observa, con atención, la pintura de la bóveda. A su salida, afirman convencidos de que esta representación no es más que un reflejo de los signos del zodíaco. Minutos antes, una joven se fotografiaba bajo el fondo de esta pintura que impresiona y cautiva con su poder visual. El hormigueo de personas es constante en una tarde de jueves cualquiera en la sala que alberga el Cielo de Salamanca, pero tras una breve pausa, los visitantes observan y emprenden su marcha, en muchas ocasiones, ajenos a la historia que guardan las estrellas.  

“Yo sí que creo que en principio este es un lugar visitado. Este espacio siempre está abierto y es gratuito”, afirma el profesor titular en el departamento de Historia del Arte – Bellas Artes de la Universidad de Salamanca, Eduardo Azofra. “Otra cuestión es entender después de todo lo que es el cielo, todo lo que hay detrás… Y, sencillamente, aunque esté muy cerca, que este no es el lugar primitivo del cielo”, continúa el licenciado en Geografía e Historia al hablar sobre la percepción de la gente de esta pintura mural.  

Eduardo Azofra desgrana la historia de esta obra, que en su origen fue una bóveda astrológica pintada para la Biblioteca de la Universidad, que se situaba encima de la capilla. A principios del siglo XVI, el propio centro decidió realizar un gran retablo, de tal manera que esta bóveda original quedó convertida en la de la capilla de San Jerónimo. Así, la pintura permaneció intacta hasta el siglo XVIII, cuando se encarga una reforma importante a la arquitecta Simón Gavilán Tomé y, en 1763, dos de los tres tramos en los que se dividía la bóveda se vinieron abajo.  

Tras este derrumbe, se llevó a cabo una reforma que consistió en rebajar cuatro metros la altura de la bóveda y, sobre ella, levantar una nueva, quedando por encima este tercio del primitivo cielo. Un mural que permaneció escondido hasta mediados del siglo XX, cuando estos restos son descubiertos y trasladados para que pudieran ser visitados.  

Los hermanos Gudiol Ricart, de origen catalán, utilizaron la técnica italiana del estrapo para arrancar esta pintura mural y trasladarla a esta nueva ubicación en las Escuelas Menores. Lugar donde el catedrático e historiador del arte, Rafael Laínez Alcalá, afirmó que lo que él veía era el Cielo de Salamanca. Un nombre muy reciente para este tercio de pintura que se ha conseguido conservar hasta la actualidad.  

Una concepción tolemaica del cielo y de la tierra

Bajo la bóveda, Eduardo Azofra relata una serie de noticias históricas importantes sobre esta pintura. Entre ellas, destaca una referencia del siglo XVI donde Pedro de Medina señala que “lo que estaba pintado era, en definitiva, lo que en la concepción tolemaica del cielo y de la tierra se planteaba como la octava esfera: la esfera de las estrellas fijas hasta donde era perceptible por el hombre porque a partir de esa octava esfera era donde ya no podía ver y era dominada por Dios”.  

“Veré tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú has establecido”, reza el arco de esta bóveda, reflejando que es “Dios quien ha creado todo”. En uno de los arcos perdidos, gracias a los restos conservados en el lugar primitivo, se ha podido reconstruir el siguiente salmo: “Las figuras de la tierra se subordinan a las del cielo, tal como la serpiente de la tierra lo hace ante la serpiente celestial”. Otra referencia religiosa que destaca Azofra, quien considera que, al observar esta pintura, no hay que olvidar que “la bóveda astrológica era una auténtica lección pedagógica, dentro de todo ese desarrollo de la cátedra de Astronomía de la Universidad”.  

Así, la bóveda completa representaba los siete planetas según la concepción del momento. “Ahí entraba una discusión actual si estaban o no las 48 constelaciones de esa octava esfera, tanto de la zona boreal como de la zona austral”, afirma el profesor. Y es que la destrucción de dos tercios de esta bóveda ha sembrado de incógnitas a los profesionales que a lo largo de los años han intentado reconstruir la representación completa. Así, en la actualidad, Azofra afirma que “los signos del zodiaco, en definitiva, son constelaciones. De los siete planetas, aquí se conservan dos: el Sol y Mercurio. Después, en 12 de esas 48 constelaciones, los signos del zodiaco, de los cuales solo se han conservado cinco”. Además, estarían representadas tres de las 21 constelaciones boreales y cinco de las 15 australes, más los cuatro vientos: Céfiro, Austro, Euro y Boreas.  

Las últimas teorías, entre otras, la de Azucena Hernández, quien ha datado la fecha de la pintura en los días 13, 14 y 15 de agosto de 1475, debido a la conjunción de Venus, Marte y Saturno, entiende que es imposible que estuvieran representadas las 48 constelaciones. No obstante, según el “juego y el equilibrio”, sí estarían los 12 signos y 12 constelaciones australes y boreales.  

El concejal de Turismo del Ayuntamiento de Salamanca, Fernando Castaño, valora este descubrimiento como un hallazgo “que nos envuelve más aún de misterio y fantasía”. “Con los enigmas sucede una cosa: que a medida que se resuelven, surgen otros nuevos”. Así, considera positiva esta datación histórica para el trabajo de guías turísticos, y un momento “oportuno” para digitalizar y mejorar destinos turísticos como este gracias a los fondos de la Unión Europea. “Nuestros antepasados miraban el cielo con más interés incluso que nosotros, buscando respuestas. El conocer qué cielo observaban nos acerca más a ellos”, afirma en perspectiva a esta pintura mural que supone un “destacado de nuestros productos turísticos y una de las imágenes icónicas de Salamanca”.  

Sinopias

Bajo el Cielo de Salamanca, en un cubículo, se encuentran otras representaciones de Leo y Centauro. Se trata de dos sinopias, colocadas en alineación con la pintura, que supusieron una segunda arrancada del mural con la técnica de original del estrapo, que dividió el mural en 33 partes para volver a reconstruirse en su ubicación actual. Una arrancada ilícita de la cual la Universidad no tenía conocimiento y cuyas sinopias aparecieron en diferentes actos entre 2004 y 2007. Tras una sentencia del Tribunal Superior de Justicia en 2018, pasaron a ser propiedad de la Universidad y este dibujo preparatorio de la obra puede disfrutarse junto al mural original.  

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Tras toda esta historia arte, astronomía y religión conviven en una pintura de la que Eduardo Azofra destaca su parte preferida. “A mí Mercurio me parece alucinante, es de las cuestiones más interesantes. Y la cara de Virgo. Son dos partes muy significativas de todo este cielo”. Una mirada nueva de observar, a través de la historia que envuelve esta pintura, el cielo bajo el que se situaban las gentes del siglo XV y que tantos anhelos ha traído a la humanidad a lo largo de todas sus épocas.