La política de la nada
ALGUNA VEZ que otra determinados políticos deberían abstraerse de su propio vértigo y detenerse a ver la realidad que les rodea. Y darse cuenta del enorme esfuerzo que dedican, con más asiduidad de la necesaria en tiempos de DANA, tragedia y Mazón, a la pura inutilidad. La peor versión de la política, incluso por encima de la desleal, es la que se aplica al noble arte de no hacer nada más que organizar broncas estériles. Viene al caso de Burgos, donde tanto monta, monta tanto, Ayala como Martínez-Acítores. El segundo ya es reincidente en mamarrachadas. A la primera la ha cogido el barullo todavía por escuadrar. Disputas por un quítame allá esos billetes para oenegés que ahora no me petan ideológicamente son de una necedad que al final sólo consiguen sacar a flote el karma, que siempre vuelve y no es para agradarte la vida. Pasen página, por el amor de Dios. Hagan acto de contrición y ejercicio de enmienda y, por lo que más quieran, ya sea la patria o los billetes, no vuelvan a perder otra semana haciendo el payaso, en el sentido peyorativo del término, no en el profesional, que ese es oficio de gente de orden y rigor, el de payaso. Pues así otros de aquí y de allá. Dedíquense a lo productivo, que sus vecinos y ciudadanos se lo agradecerán, porque el vecino es gente agradecida y de bien. Y sólo quieren que les hagan cosas que les mejoren la vida, no pamplinas ideológicas. La ideología hace tiempo que está en desuso. Afortunadamente. Como los valores y las convicciones. Por desgracia. Sólo hay que mirar a aquellos gobernantes de ciudades que están a lo de los vecinos para comprobar que no andan cada dos por tres en algaradas que conducen al abismo de la nada, como en La historia interminable, donde la nada lo devora todo, y se adueña del ánimo de los habitantes de Fantasía. Sólo que aquí no hay dragones alados. Hay personas que esperan madurez de sus gobernantes y cogobernantes.