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LA CONSTATACIÓN es inequívoca del vértigo al que estamos abocados y lo efímero de la realidad en la que andamos inmersos tiene nombre de ministro. En menos de lo que una DANA sanguinaria se lleva por delante la vida, los sueños y los enseres de miles de personas, Óscar Puente ha pasado de ser Freddy Krueger, siempre al acecho para el próximo zarpazo, a una suerte de ‘mi vecino José’, el del anuncio del banco ING. Una especie de híbrido entre Mr Proper y Demolition Man, por arte del negociado social de Elon Musk, otro trumpista con trompa. Un político odiado a partes iguales desde que , de ganador a ganador, dejó a Feijóo a orillas del abatimiento, empecinado en una investidura, no fallida, sino errada, que nunca tuvo que haber perpetrado, como buen gallego que es. Viene a colación lo de Feijóo porque, por aquel entonces, siendo un ex alcalde y diputado de poca monta, se embolsó la nada despreciable cantidad de 20.000 seguidores en X. Con su metamorfosis a ingeniero de caminos, carreteras y acequias ha cosechado en menos de una semana 54.000 clientes nuevos. Así es como miden ahora la cotización personal y profesional los oficiantes de la política. Los votos, existiendo la alquimia de la aritmética parlamentaria, son lo de menos, llegado el caso. El de Doctor Puente y Mr Puente es un caso digno de estudio. En cualquier caso las cifras esas de la clientela presuponen que no todo está perdido en el estercolero de X, que drena más barro en una hora que el criminal barranco del Poyo, ese que estuvo allí antes de que los especuladores de la política decidieran colocar a su paso un barrio obrero. Mientras se decide qué universidad indaga en el misterioso caso del ministro mutante, podría echar un vistazo Iker Jiménez, ese que tiene el síndrome del niño de ‘El sexto sentido’: “En ocasiones veo muertos”. Y en Bonaire a caldeiradas. Iker, todo en ti fue sentina. Un cerdo se pone de pie. Una rata habla. Y una víbora pedalea. El milagro de Paiporta.