Por favor, quédense en casa y no cojan el coche
PERMÍTANME COMENZAR trasladando el pésame a todas las personas que han perdido un ser querido en estos días tan difíciles de asumir, y tan destructivos para la sociedad de todas las comunidades autónomas afectadas.
Con la tensión insoportable del momento y la incredulidad de lo que tendremos por delante hasta conseguir la ‘normalidad’ material, pongamos el cascabel al gato.
Con alertas amarillas y rojas, algún lector me podría explicar ¿qué narices hacen los niños por la calle saliendo del colegio y con medio metro de agua?
¿Me pueden explicar qué carallo hacen los trabajadores cogiendo los medios públicos de transporte, o sus propios coches?
¿Me pueden ilustrar qué hacen los políticos en previsión de una situación tan dantesca como la vivida en Valencia?
Iluso de mí, pensaba que con una pandemia mundial este país había aprendido algo y, sobre todo, las personas que tienen que legislar, ordenar y disponer tenían grabado a fuego la necesidad de la prevención.
Hemos oído a los Mazón, García Page, López Miras o Moreno Bonilla repetir su mantra obligado por las circunstancias, acompañado de su aliento retardado e intentando que su repetición nos inunde de una sensación positiva que por arte de magia nos ayudará a solucionar la situación; «Por favor, quédense en casa y no cojan el coche».
Y ya está, así de sencillo y de castizo me diría mi compañero José Luis.
¿Pero cómo me quedo en casa si me han dicho que tengo que ir a trabajar?.
¿Si tengo que ir a recoger a los niños al Colegio?
¿Si tengo que visitar a unos clientes?
Llámenme loco pero no será mejor o necesario, digo yo, que desde las Comunidades Autónomas y bajo el paraguas del Sistema Nacional de Protección Civil para situaciones de catástrofes meteorológicas y alertas del nivel vivido estos días existan unas recomendaciones oficiales o legislativas para que toda actividad empresarial y social, su exposición en estas circunstancias fuera la mínima expresión presencial, y evitar así poner en peligro a los ciudadanos, y lo peor, dramas familiares que no se repararán con nada.
Iluso de mí creyendo que los políticos y la sociedad en general habíamos aprendido algo con la pandemia, y no, en absoluto, no hemos aprendido nada.
Absolutamente nada.
Pero SÍ hubo en la pandemia una herramienta «vital» para seguir con el modelo productivo del país que además nos permitía saber lo que supone la conciliación familiar, y es el teletrabajo.
Señorías, teletrabajo.
¿Podemos pensar que la situación vivida, lo más racional y seguro hubiera sido asumir que todos los puestos posibles por sus características estuvieran teletrabajando y no desplazarse a sus puestos de trabajo?
Lo hemos vivido, lo hemos aplicado, lo hemos desarrollado y seguimos negando la mayor; teletrabajo.
No legislamos para minimizar la exposición humana a un peligro claro y rotundo, pero SÍ legislamos para evitar quitar el tapón a la botella de plástico.
Como dice mi padre, seguimos matando moscas a cañonazos, pero mientras el político; «Por favor, quédense en casa y no cojan el coche”.
Obviando lo más importante que es salvar el máximo número de vidas humanas, señores políticos a menos personas expuestas a movilidad estos días facilitamos que el personal encargado de «nuestra» seguridad se concentre en menos gente, se acota el número de posibles víctimas y se multiplicarán las posibilidades de rescate, es decir, seremos más eficaces porque de lo contrario estaremos exponiendo las vidas de los que velan por nuestra seguridad y también el ingente número de personas que no podrán ser atendidas por falta de medios humanos y materiales.
Como dicen en mi pueblo, de cajón de pino, verdad.
Pues hay muchos cajones como estos y los ciudadanos ya estamos cansados.
¿La Sociedad Civil una vez más tiene que obligar al político a legislar o es el político quien debe de anticiparse a estos desastres y legislar para aminorar al máximo el impacto y el drama humano?
Luego está el apellido técnico y material, de todo esto.
Lo sucedido merece un serio, valiente y profundo análisis de las causas, del fondo de las mismas y sobre todo, qué medidas ya conocidas y no aplicadas podían haber sido facilitadoras de una disminución del impacto sobre los ciudadanos.
Igual que se encauzó el Turia tras la desgracia de hace 67 años, ahora deben tomarse otras medidas solicitadas hace mucho en materia de infraestructuras para evitar tragedias.
Pero como no hay dos sin tres, a las cosas humanas y técnicas también se une los que siguen pensando que la tierra es plana y que todo esto es algo divino, con una carga más de penitencia que de la propia naturaleza.
Y para cerrar la cuadratura del círculo y de toda perplejidad, bochorno y una insultante falta de integridad y profesional, nuestra cámara baja decide que la mejor demostración de aprecio y honorabilidad es seguir con el pleno de sesiones como si no hubieran fallecido más de 200 ciudadanos.
Fallecidos aquí, en nuestra tierra, no en la Alta Europa.
Nos merecemos otro nivel de políticos y cada día que pasa, más se acentúa el divorcio de la sociedad civil y de lo que entienden como política, porque esto NO es política sino soberbia en estado puro.
Decía Hemingway que «El secreto de la sabiduría, del poder y del conocimiento es la humildad». Todo ello bastante escaso en las Cortes Generales que representan al pueblo español.
¿Por quién doblan las campanas? Pues está claro que por nuestros ciudadanos que han pagado con el mayor tributo este desastre de la naturaleza y de nuestra soberbia.
En definitiva, no vale con decretar zona catastrófica, hay que trabajar en prevención y eso no se lleva, o quizás no se sepa.
Tenemos infinidades de alertas ¿para qué si tenemos que coger el coche, el autobús, el metro, las cercanías, el tren?
¿Cómo puede ser que estemos a menos de tres kilómetros de un pueblo afectado a otro que no y no dispongan de agua, luz?
Valencia está igual que si hubiese pasado un huracán, lo curioso es que en USA desalojan estados y aquí ni se recomienda teletrabajar.
«El problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles sino importantes». WINSTON CHURCHILL.