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He vuelto a La Moraña, que está en Ávila. Entré en Madrigal de las Altas Torres. Hace muchos, muchos años, me dijo una noche mi admirado Mariano García Pásaro: “¡Qué bonito está Madrigal!” Al día siguiente, al alba, entré por la Puerta de Medina en la cuna de Isabel, reina de reinas, en el solar del mudéjar, y me fascinaron sus torres, sus puertas y ese círculo murado que se resiste al tiempo. He sentido el mismo grado de fascinación. Esta vez me detuve en el “Tata” Vasco mejicano y leí de nuevo: “Vasco de Quiroga (1470-1565), natural de Madrigal de las Altas Torres, fue el primer obispo de Michoacán (México), donde su protección de los indígenas le hizo ganar el afecto y veneración de la población y el sobrenombre de ‘Tata’ vasco, que aún perdura en la actualidad. Su figura se recuerda en México, con afecto y veneración, bajo la denominación de ‘Tata’ Vasco, un apelativo que en lengua indígena es equivalente a «padre» …” Y recordé la última afrenta antidiplomática y salida de pata de banco de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, que nos pedía que nos exigía disculpas en vez de dar las gracias. Vivimos tiempos revueltos. Que no es lo mismo que tiempos revolucionarios. Estos últimos siempre tuvieron razones de peso para actuar. Hoy la rebelión de las masas se mueve en otras coordenadas. Más bien son revoltijos interminables que se retroalimentan en todas las direcciones y destruyen sin miramientos todo lo que se encuentran a su paso. El común asiste atónito a una agenda diaria de sobresaltos. Los terroríficos huracanes que parecen maldiciones demoniacas nos llegan de inmediato con sus imágenes apocalípticas. Irrumpen sin avisar. Entonces, en tiempos, las llamábamos borrascas y gotas frías que, en los últimos años, a estas gotas malignas las llaman danas. Aun con todos los daños en víctimas, enseres, inmuebles y destrozos, con el tiempo, los países ricos logran reconstruir los daños y guardar sus penas. Hoy las peores danas, las más lamentables borrascas, nacen de las corrientes políticas desnortadas de un lado y de otro. Siempre enfrentadas. Incapaces de pactar entre las partes. Y siempre es la parte que gana la que maneja la dana, y la contraria, el ventilador. La calle, que somos todos, está respirando aires contaminados, desconcertados como piedras en mampostería, sujetando como podemos nuestras casas. Desde la esfera política brotan manantiales de virulencia y violencia verbal cuyo reguero se convierte en afluente que baja en cabriolas suaves a los ríos y se convierte en tsunami buscando las costas. Y es aquí donde los medios y su extraordinaria fortaleza digital incontrolable ejercen de semillero. Ahora mismo, en España y en las Américas, la centrifugadora no para.