Diario de Castilla y León

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Antaño se decía cuando preguntaban por tu edad que ibas con tal o cual acontecimiento. En mi caso, casi he crecido al ritmo de la Semana Internacional de Cine de Valladolid. Y, por esas cosas que tiene la vida, la proximidad me hace sentirla más cerca aún en el entorno del Teatro Calderón. El otoño vallisoletano lo marca el cine. No soy el más apropiado para argumentar sobre el contenido cinéfilo, pues entre los aficionados al cine suelo estar por el gallinero, más o menos. Aunque mi trabajo tiene mucho que ver con las pequeñas películas de la televisión que son también una bonita parte del cine de kilómetro cero. Historias contadas al momento, en el lugar de los hechos y con protagonistas que son actores vivos en su hábitat. Al margen de esto, la Seminci es de esos fenómenos culturales que te hacen sentir orgullo de pertenencia. Que, además, alcanzan la notoriedad nacional que pone a Valladolid en la primera página o en la apertura de informativos. No siempre. Valladolid lleva 69 años manteniendo el tipo. Es el beso más largo de nuestra historia. Sigo de cerca la edición de este año, incluidos esos guiños al vino y la cocina. Pero, ante todo, ese canto al cine a la cultura, a la defensa de lo audiovisual. Y, lo más importante de todo, al inagotable arcano de historias que nos cuenta cada película, venga de donde venga. Acabamos de abrir las puertas de los cines. Alucinas por las mañanas y por las noches cuando ves deambular a los cinéfilos de sala en sala. Creo que el éxito de la Seminci radica en que la parte estrictamente profesional no ha sucumbido al intervencionismo político. De ahí que nadie se atreva a cambiar sus fechas. Todos los amantes del cine, de aquí, de allá y de acullá, ya saben que en otoño y a finales de octubre toca Seminci. Y ocupamos de esta manera, aunque nos coincidan otros festivales, nuestro hueco en el calendario. Me gusta la ciudad engalanada, huele a cine. Se respira ambiente de cine en los cafés, en los restaurantes y en los bares. A veces pienso que el séptimo arte ha logrado vallisoletanizarnos, con lo que nos cuesta asumir señas de identidad en otros campos. Lo bueno del cine es que es capaz de sorprendernos todos los años y lograr el verdadero milagro, que es llenar las salas de ese entramado, casi laberíntico, por el que pululan forasteros y locales, todos cinéfilos, durante los días que dura la Seminci. Ya lo dice Cienfuegos, que es el último en tener la batuta del guion, que este es un festival para quedarse a vivir. Sorprende que, en un mundo revuelto, enfrentado y guerreando, en Valladolid se cuenten historias de todos los rincones del planeta. Y se haga en paz y en libertad. Son los efectos colaterales de la cultura del celuloide. Bienvenida la 69.

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