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PERSONAJE DE OPERETA. Me refiero a Rodríguez (Zapatero) que esto fue desde su adolescencia. Cuando era jovencito y volvía a casa por Navidad –era tan de Valladolid como el Pisuerga– lo hacía tarde y con un empaque de aguaderas: «¡cosas de José Luis!», decía su abuela que en paz descanse. De esta cuestión familiar hablé hace tres años en este periódico –el 10 del 12 de 2021, y perdonen que me autocite– en un articulillo titulado «¡Pitas, pitas, pitas!», que consigno como anécdota banal.

En dicho artículo me referí a cuatro cuestiones capitales que hoy mantengo por ser de plena vigencia: que Rodríguez era el mentor ideológico del continente hispanoamericano, que había hecho de Venezuela su principado como base de experimentación del socialismo en siglo XXI, que ahí estaba para hacer buenos todos los fraudes electorales de Maduro, y que su área de expansión inmediata incluía a México para avivar la leyenda negra antiespañola con versiones psicodélicas.

Hoy me reafirmo con las perogrulladas que afectan a la España sanchista. Que Rodríguez se ha convertido en el numen del pensamiento progresista, es evidente. Varias universidades de lengua hispana –Perú, Santo Domingo, o Bolivia– le han nombrado Doctor Honoris Causa por esta razón de sopa boba. Incluso alguna europea, como la universidad de Toulouse, cayó en el garlito en el 2015 y le concedió el rango de doctor por su contribución «a los derechos humanos», tras hacer de ETA y de Otegi «un hombre de paz». ¡Gran derrumbe sonoroso de la ciencia política!

No he podido encontrar un solo artículo, una tesis, un seminario, o un descubrimiento científico que me desdiga. Su doctorado por la Universidad de León –2023– fue un enjuague bucal con listerine, un escándalo académico-político, que se disimuló concediéndole al científico Juan José Badiola el mismo honor como… como quien descubre castañas con inteligencia artificial. Fuera de las razones políticas, no he hallado en Rodríguez una trayectoria humanitaria, una versión académica, una investigación sostenida, artística o de pensamiento fundante. Cero zapatero. Su «doble propósito de dignificar y pacificar» la Universidad de León –esto dijo en su día–, fue una tomadura de pelo con birrete colorado.

Antiguamente, a los pufos más descomunales de la España del Siglo de Oro como el duque de Lerma, también tan vallisoletano, se les condecoraba con el birrete cardenalicio y se volvían intocables. Eso sí, salían en las coplas más desvergonzadas de la época como consuelo del populacho: «para no morir ahorcado,/ el mayor ladrón de España/ se vistió de colorado». Ahora esto se suple con los doctorados honoris causa de ciertas universidades, que se resumen en un curriculum de escote para el «buen manjar», que decía el arcipreste de Hita, y pare usted de contar.

No cabe duda que el pensamiento político de Rodríguez (Zapatero) es en sí un apostema que no necesita para nada doctorados postizos. Se explica por si solo con holgura y se resume con la recomendación de cualquier jugador de cartas: que al as de oros no le jueguen bobos. En este sentido, ¿quién no recuerda sus contribuciones más apoteósicas y vertebrales al desarrollo político?: «La Tierra no pertenece a nadie, salvo al viento», «estamos en la Champions League de la economía», «Los parados no son parados, son personas que se han apuntado al paro», o que la nación española es un concepto «discutido y discutible».

Todas estas acrobacias se han quedado cortas con las recientes actuaciones de Rodríguez (Zapatero) en el plano internacional, con vistas a la concesión del Premio Nobel de la paz. Primero, ya forma parte del núcleo duro de los Rodríguez de Nicolás Maduro con Jorge Rodríguez y Delcy Rodríguez, que son la aristocracia del mamoneo en Venezuela y de los golpes de estado más cruentos y totalitarios en hispanoamérica. Son hermanos de revolución y de sangre como el Che y Castro, que se repartían las sentencias de muerte y los exilios masivos con ese hastío que lo juega todo al mismo palo de la baraja.

Segundo, ha conseguido que la España democrática, con el visto bueno de Sánchez, coma de su mano con este argumento melonero de progresismo tramposo que se le ocurrió en el New York Times en el 2009: «La cuestión no es qué puede hacer Obama por nosotros, sino qué podemos hacer nosotros por Obama». Ahora el argumento –ya convertido en un auténtico doctorado del horroris causa– se ha vuelto tóxico, deletéreo, persecutorio, y de una drogadicción que emula con los soles encorchetados del tirano caribeño: ¿qué podemos hacer nosotros por Maduro sin que se note demasiado?

Pues muchísimo, hijo, y he aquí la gran cuestión. Para resolver las cacicadas en torno al escándalo, secuestro y posterior destierro de González Urrutia en España, que ganó las elecciones venezolanas por abrumadora mayoría, Rodríguez –el Príncipe de Delcy– se nos ha vuelto de buenas a primeras facilitador o mediador. Un oficio que, según dijo la semana pasada el nuevo kissinger de la diplomacia occidental en las puertas del Ateneo de Madrid, «exige discreción» y mucha entrega.

El fardel que carga Rodríguez (Zapatero) es harto pesado, desconcertante, y más propio de la araña con tupe de aquella opereta que le dijo a Schroeder en su visita oficial a la Moncloa en 2006: «Every day, bonsais». Pues aquí lo mismo en su nuevo oficio de facilitador: las elecciones las ganó González Urrutia, pero el poder, every day, tiene que ser de Maduro, pues «yo he procurado siempre buscar soluciones, que a veces han estado cerca y otras no, y ayudar a las personas con dificultades». O sea, lo que dicen en mi pueblo: el mediador que media se lleva la talega.