Diario de Castilla y León

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Esto es, o aparenta ser a la perfección, el sanchismo redentor y totalitario que, desde el primer día, tomó por asalto el poder en España hace ya más de seis años: una cuadrilla de millonarios muy lunáticos y muy pragmáticos. ¿Cómo lo han hecho posible, y al mismo tiempo tan digerible, que parece una croqueta de atún con Cabello de ángel y con menudillos de Maduro? Pues de la manera más simple y maravillosa del mundo: aplicando lo que dice el adagio español tan certero: tírame pan, y llámame perro.

Exactamente lo mismo -hace más de treinta mil años-, es lo que le soltó el primer can domesticado de la historia al hombre que necesitaba con urgencia una compañía sin rechistar para ir de caza, para cuidar la casa o el corral de las ovejas: vale, tú tírame pan, delicadezas en pincho moruno, dame agua clarita de esa que tú bebes con un lingotazo de Caribbean club, y llámame perro en todos los idiomas de la torre de Babel, de la ruleta rusa, o de la cuenca dorada del Orinoco. Hablamos de la lección política del perro que da sentido a las fidelidades y a las infidelidades más salvajes de ciertos hombres.

Lo que son las cosas, pero esta misma cuenta tan elemental, y bajo el eslogan del «puro cambio», ya se ensayó -concretamente en el 2010- como señuelo infalible para ganar las elecciones autonómicas en Castilla León como… como quien lanza al perro un delicioso snaks en forma de huesecillo. Pero algo falló porque fue un rotundo fracaso. Lo anunció Óscar López en bicicleta olímpica, y a mil quinientos metros de altitud, desde el mirador de Piedras Llanas. Se trata del mismo Óscar López que hoy okupa el Ministerio de Transformación Digital y de la Función Pública en el ejecutivo de Sánchez con olfato perdiguero.

Lo recuerdo perfectamente, y no por lo circunstancial de las piedras, que llamó mi atención, sino porque el señor López Águeda en persona personalmente me tentó con una oferta muy concreta y sutilísima, que a él le pareció electrizante y que yo debería aceptar sin demasiados reparos por razones que ahora no vienen a cuento. Como profesional que he sido de la tiza y de la cultura -esta ha sido mi profesión hasta hace nada-, pidió mi colaboración militante para elaborar su programa cultural.

Como se trataba de una auténtica encerrona desde el primer momento, dije que sí para salir del paso, y puse sobre la mesa una condición de imposible cumplimiento para un político de estricta observancia: libertad absoluta para concretar las medidas culturales que yo entendía esenciales como programa electoral. Para mi asombro, el político de raza aceptó entusiasmado delante de una serie de testigos, elegidos a su conveniencia, y que también se quedaron de piedra como yo. Y claro, sucedió lo predecible. En cuanto percibió que este servidor había caído en el garlito, se olvidó de su palabra hasta el día de hoy. Ni de coña pasé por alto aquella comida a orillas del Pisuerga, que tuvo lugar en una casa de alto abolengo artístico, como terreno neutral, y de cuyo nombre ya no quiero acordarme. Ningún reproche ni rencor.

Pero lo que son las cosas. Cuando ahora mismo compruebo in situ la faena vergonzante, perversa e inhumana, que ha montado la camarilla envolvente de la «neverita» de Moncloa a un señor tan dignísimo como a González Urrutia, el vencedor de las elecciones en Venezuela, mi experiencia personal se desmorona, y me parece una perogrullada, y de una inocente y lamentable banalidad al lado de tanto asesinato, desaparecidos, y millones de exiliados por defender la democracia en su tierra.

Los López, los Sánchez, los Gómez, los Zapatero, los Albares, y toda la sanchería en reata montada en falcon y en Lamborghinis -mientras presupuestan la vergonzosa cantidad de 40 millones para que los demás pedaleemos en bicicleta-, se han inventado la utopía de una perrolandia idílica y brutal a la medida de Maduro, que nos devuelve al más puro negacionismo de otro adagio que rezuma españolidad hasta las trancas: que en la cama del can no busques el pan, ni en el hocico de la perra la manteca. Todo el poder para los perros soviéticos de Pavlov que se zampaban el rancho al toque de la campana estalinista.

Lo de González Urrutia no es más que una ignominia pantagruélica concebida a la exacta media del toque de campana de un genocida y asesino en serie como Maduro. Es también -de aquí su exilio y confinación rigurosa en España sin rechistar bajo la amenaza mortal que pende sobre su hija y sobre sus nietos en Venezuela-, la versión edulcorada de la infamia confluyente de un tirano como Sánchez que vuelve de la China comunista diciendo lo que sólo refrendan las tiranías más detestables en abierto: que de ahora en adelante piensa gobernar a los españoles «con o sin el concurso del Poder Legislativo». O sea, por decreto ley, sin haber ganado una elección, y con la chulería de un pornógrafo con el síndrome del narciso, que ha retratado Luis Aramburu en un libro revelador, y que sueña con lo suyo: con el «puro cambio» mientras pastorea gatos en una mesa de billar.

¿Cuándo el Tribunal Penal Internacional enjuiciará estos crímenes de lesa humanidad? ¿Cuándo va enchironar a estos genocidas que implantan dictaduras y realizan su apartheid de narcos con millones de exiliados como si realizaran un seminario de perroflautería vibrante? ¿Cuándo se ocupará de los colaboradores necesarios como Zapatero, que disimulan cojera para hacer caja a cuenta de los humillados y ofendidos? Muy largo me lo fiais. Mientras, dos tiranos con almas gemelas en postín y en festín como Maduro y Sánchez, compiten en la Champions League del totalitarismo, haciéndose la misma cuenta: tírame pan, y llámame perro.

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