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Sonó la flauta. Tras dos meses de vacaciones, de repente el señor Tudanca –el todopoderoso barón socialista en Castilla y León–, nos deleitó el miércoles con una serie de declaraciones enfáticas que sonaban a música celestial: a esos bienes de campana que da Dios tan a menudo, y que tanto le gustan al diablo porque se los gasta en lo que le da la gana. Se ha vuelto a postular como candidato a las primarias de su partido con tres razones tumbativas y fundantes: «estoy con fuerzas, estoy con ganas, y estoy con ilusión, la misma o más que la que tenía hace diez años».

Parece el eslogan de un beginner, o principiante, que se come las palabras y los cien años de soledad que suponen estar en política sin rascar pandero y sin apenas dar un palo al agua. Puede que tenga fuerzas, pues es joven; puede que tenga ganas, pues el apetito es una apariencia de vaso vacío que nunca se colma; pero eso de que tiene la misma ilusión o más que hace diez años, es increíble por una razón de lesa cordura: un hombre clarividente no puede hacerse demasiadas ilusiones porque o se engaña a sí mismo o pretende engañar a los demás.

Conclusión: que al señor Tudanca, sin darse cuenta, se le ha pasado el arroz en política. Esto lo sabe su amo, que es el señor Sánchez. Unas vacaciones tan largas como las suyas en tiempos de crisis se las pueden permitir los profesores, «los frailes y tamborileros», que decía Calderón de la Barca. Semejante dispendio en política ni el señor de la Moncloa se lo tolera. Así que después de algunas infidelidades que ha cometido, su falta de adhesión inquebrantable, y sus fracasos de orador en pausa, el paso a la reserva del señor Tudanca está en manos del altísimo que toca la campana y por la que todos andan.