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La canción del verano que está en los diales de las radios temáticas, que no ha dejado de sonar y que, sin lugar a dudas, está causando sensación en todos los jóvenes, es Houdini, de Dua Lipa, cuya música está en la mente, memoria y entendimiento de los adolescentes, en las discotecas y en los bares y restaurantes de medio mundo. Sin embargo, el que se ha marcado un Houdini veraniego ha sido Puigdemont.

Nada por aquí, nada por allá, ¿dónde está Carles Puigdemont? La noticia sobre el paradero del expresidente de la Generalidad, protagonista indiscutible del anuncio de la declaración unilateral de Cataluña de hace unos años, ha sido la más destacada del mes de agosto. Los comentarios y críticas sobre las razones por las que fue posible que, conociendo día, lugar y hora de su presencia en la ciudad condal, no se le arrestase pesando sobre él una orden de detención dictada por el juez Llarena, magistrado del Tribunal Supremo, no han parado de manifestarse. Para la ciudadana y el ciudadano de a pie, profano de tecnicismos jurídicos, judiciales y políticos, le resulta incomprensible. Pero lo que es una realidad pública y notoria es que Carles Puigdemont entró en el país, pasó varios días en Barcelona, se trasladó para dar un mitin de pocos minutos a una plaza llena de correligionarios afines a sus ideas políticas -que le jaleaban como si no hubiera un mañana- y se largó en presencia de los medios masivos de comunicación. Increíble pero cierto.

Una vez más, Puigdemont, un activista que está marcando la hoja de ruta de la política española en temas tan polémicos como los indultos y la amnistía e indirectamente el concierto económico, por arte de magia, ha hecho un número de escapismo que ni David Copperfield, aunque su escenificación se parece más a una actuación de Juan Tamariz. Las hipótesis acerca de si ha existido un pacto de dejar libre a Puigdemont la desmienten los hechos. Basta con ver las imágenes de Gonzalo Boye -con cara de angustia y preocupación- cogiendo el brazo de Puigdemont para sacarle la antes posible del estrado y llevarle en volandas a su casa de Waterloo. Por el contrario, Illa fue investido presidente, no se causaron altercados públicos y la oposición tiene munición para atacar al gobierno. Todos contentos. Aquí paz y después gloria. A la tercera va a la vencida.