Diario de Castilla y León

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Cada mochuelo a su olivo. El problema es cómo hacerlo. Lo digo porque hoy lunes 26 comienza el retorno de los veraneantes españoles que aún se permiten el lujo de pasar unos días fuera del hogar. Servidor ha estado cinco días de okupa en casa de su hijo, y he vivido como Dios. Gracias, hijo. Me ha costado un huevo volver a casa y escuchar el tráfico infernal de la calle en la que vivo, que es paso obligado de ambulancias y de todo tipo de vehículos que entran por el Valladolid este. Un justo castigo de Dios por mi enfermiza tendencia al aislamiento.

Siendo francos, el retorno de este verano pudiera ser cualquier cosa menos una aventura feliz. Subirte a un tren o a un avión, nos lleva a ese sainete tan divertido que dice el Ministro de Transportes: «el tren vive en España el mejor momento de su historia». El caos se ha instaurado, sistemáticamente, en las estaciones y en los aeropuertos de la España sanchista con el regocijo de una hora punta: falta de información, trato a matacaballo, hacinamiento estabulario, y gente tirada por el suelo como en el tercer mundo porque no hay dónde sentarse o caerse muerto. Ir al baño es una carrera de obstáculos en asquerosidad sanitaria al retortero. Así que no sentirte oveja balante con estas prácticas de arte y ensayo es prácticamente un milagro.

Puede que, haciendo más acopio de imaginación, el regreso sea semejante al de una película de suspense porque el poder político del sanchismo federalista se ha convertido en una auténtica agencia de viajes. Te venden el trayecto de salida como la feliz aventura de un galán. Pero, ay, el retorno a casa es el de un ganapán con navaja albaceteña. No sabes si vas a llegar, si te han okupado la casa, si te han robado los muebles, si te han desplumado en cualquier rambla, si te ha desahuciado el banco, si te han dado un navajazo mortal como al niño de Toledo, o si el Estado de Derecho, que es lo más probable, te la ha metido doblada en cualquier esquina.

Y todo ello aprovechando que los medios de comunicación están también a lo suyo: al alpiste, a la sardina, al bronceado de las «mananas» de Federico en persona picopicopico, o al desgaire playero de los pesos pesados de Carlos Herrera y de Carlos Alsina. La gran novedad en desbandada se hace a lo Kamala Harris: «Y ahora Sonsoles» en antena tres, y en septiembre Feijóo y el PP en un retorno de avería con cornamenta. Así que hablamos de un retorno complejo, incierto, pues nadie está seguro de nada. Todo pende de la bola de cristal de Sánchez, cuyo destino más certero sería como el retorno de las brujas, el del yeti del Himalaya, o el de los muertos vivientes.

El ciudadano español –adicto a los puentes acueducto, y a las fiestas de guardar–, es puro sentimiento en vena: ojos que no ven corazón que no siente. En el orden doméstico, hemos caído en el vil garlito del tirano Sánchez, y se nos ha olvidado, antes de salir de casa, aquello tan fundamental que decía Robespierre, y que nunca un ciudadano debe olvidar aunque se vaya de vacaciones y no quiera saber nada del mundo: «hacerse valer, y hacer cumplir lo que le corresponde, como derecho que adquiere por nacimiento». Y añadía el amante de la guillotina que esta fatal renuncia equivale a una infame ignorancia por ser «la base del despotismo» que impide al hombre libre decirle al tirano en su propia jeta: «¡Retírate, soy lo suficientemente mayor como para ser capaz de gobernarme a mí mismo!». Pero nada de esto parece importar ya a los españoles del retorno.

Si esto ocurre de puertas adentro, el retorno a casa de los españoles en el orden internacional, en el moral y en el de los simples derechos humanos, nos lleva de cabeza a la pérdida de cualquier esperanza. La talla de un retorno veraniego y desternillante nos lo acaba de proporcionar el señor Albares, el ministro de Asuntos Exteriores, echando una manita al tirano y asesino Maduro: que mientras no presente «íntegra y verificable» las actas electorales no reconoceremos la victoria de su coleguilla.

Justo lo que quiere el sátrapa bolivariano: que el tiempo pudra las apariencias y se zampe de paso las evidencias palpables de su pucherazo antológico y patético. Así que la carcajada retumba en todas las cancillerías del mundo civilizado y democrático. Esto más que un retorno estival, que aún no ha soltado el tinto de verano de la mano o del porrón, es el cachondeo al que se refiere Gracián en El Criticón: «En el verano por calor y en el invierno por el frío, es saludable el vino». Salud.

Entérate, Pepenuel o José Manuel, o como te llamen en los salones de Versalles, que esto es algo más que la fuga pactada de Puigdemont, más que los cambalaches de tu jefe con los separatistas catalanes, con Begoña, con su hermanito, con su cuñadita japonesa, o con los migrantes que llegan a Canarias como niños no acompañados y que a la hora de la verdad son unos tiazos como carne de cañón de las mafias y de las oneges. ¿Qué actas pides, Albares de los Urales? ¿Pero qué broma de miope castañero es esta? Anda, hijo, ni que fueras el mamporrero celoso de Maduro en una boda entre cacahueteros de Yaracuy. Que están asesinando a la población, que están deteniendo y torturando a los demócratas, que quieren que se marchen de Venezuela otros 8 millones más.

¿Sabes lo que pasa, tronco? Que ya ni se os cae la cara de vergüenza porque sólo tenéis culombio: la unidad internacional para medir la cantidad de electricidad que cobráis en un solo segundo. Toda vuestra razón está basada en este retorno del reciclaje que se inventó Woody Allen cuando era de verdad un gran director de cine: «En California no tiran la basura, la convierten en programas de televisión».

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