Diario de Castilla y León

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Qué cosa tan particular era aquella del cine de verano que fue tan popular hace algunas décadas y ahora resucita por nuestros pueblos gracias a las nuevas tecnologías. Recuerdo que lo descubrí de niño de vacaciones en la costa mediterránea en un peculiar cine nocturno que no era más que una casa sin tejado en la que había instalada una pantalla igual que la de cualquier cine de barrio y los espectadores nos sentábamos en sillas de madera de tijera. Tenía hasta una taquilla y su acomodador con linterna, porque las pelis las echaban de noche, cuando ya había bajado el sol y los niños estábamos lo suficientemente cansados del trajín de la playa como para aguantar sentados la hora y media que duraban los filmes de aquella época. Entonces éramos todos muy de ir al cine, con amigos, en familia o solos. Eran otros tiempos y dudo que hoy prosperase ningún cine de los de sesión continua que teníamos en Gamonal, de esos que proyectaban dos películas en bucle desde las cuatro de la tarde hasta el cierre. Sin embargo, por suerte ha sobrevivido la fascinación por el cine en sí, por acudir a una proyección y que se apaguen las luces y la música atrone por los altavoces. Es el pasaporte más rápido y más efectivo hacia otros mundos, después de los libros y la música. Por eso es muy de aplaudir las iniciativas de mil y un veranos culturales que se celebran a lo largo y ancho de Castilla y León que se acuerdan aún hoy de programar un cine de verano en la plaza del pueblo con una pantalla portátil y unos altavoces de esos que lo mismo los usa un dulzainero el día de la fiesta que resuenan con la genial banda sonora de ‘El bueno, el feo y el malo’. Y siempre funciona. Las sillas se ocupan todas y mucha gente acude directamente con las suyas de casa para ver cómodamente la película, en muchas ocasiones por primera vez en pantalla grande porque ya no quedan tampoco cines comarcales como los de antaño. En general, todas las actividades que se programan en el medio rural en verano logran el éxito de público como se ha comprobado, por ejemplo, en el Geofest de la comarca de Las Loras que comparten Burgos y Palencia. Las iglesias llenas para escuchar buena música y ver el ambiente, en pueblos pequeñísimos que reviven cada verano y esperan que el trasiego de gente se prolongue hasta el otoño, una estación cada vez más cálida, tanto que ya la llaman el veroño. Ya llegará el invierno y la soledad a las calles, ya soplará el viento del norte que impediría reunir a la gente en la plaza para sentarse a ver una película y ni siquiera dejaría en pie la pantalla portátil. Ya llegará el frío que todo lo adormece y el letargo de los largos meses hasta que vuelva el calor y los veraneantes. The winter is coming, decía la serie de TV. Ya florecen los quitameriendas y se acaba la peli.

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