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Gran nivel, Maribel. Sin las medallas que nos daban por seguras los augures del olimpismo sanchista, acabaron ayer domingo, felizmente, los juegos olímpicos de París. Las guacamayos del régimen no hacían más que repetirnos por todos los cotorríos esa cancamusa desértica del «citius, altius, fortius» –la enseña del olimpismo moderno– como si en verdad estuviéramos inaugurando la religión del más rápido, del más alto y del más fuerte, que esto es lo que significa este latinajo tan altisonante como vacío.

Menos mal que en la última semana, cuando la depresión olímpica había llegado a una conclusión fatalista –que lo más importante era participar–, apareció el gran Puigdemont –el Puchy, el puto amo de nuestros enganches, asaltos, sobresaltos, deslealtades y despellejamientos en serie–, y se alzó, en el cucú-tras de un biombo, con la medalla de oro en escapismo en las primeras olimpiadas «woke» de la historia.

La cosa no es baladí, señoras, señores, o lo que sean, o se figuran que son en sus fabulaciones olímpicas más inconfesables, y a las que tiene todo el derecho con las actuales leyes en la mano. Uno conozco yo que se confiesa albarda multiusos para el alojo de posaderas delicadas de las que habla Sancho en El Quijote en un descuido de su señor. Pero no. Aquí estamos hablando de algo muy serio.

Hablamos de escapismo político, integral y a propulsión a chorro, como sería el de un avión con grietas o el de un coche sin tubo de escape. Una nueva modalidad deportiva de cuño hispánico y contorsionista que, básicamente, consiste en dos magistrales okupaciones mentales, o desokupaciones integristas, pero en dentelladas rapaces y en caliente: primero, hacer del pensamiento un juego imaginativo que nada tiene que ver con la realidad; y segundo, hacer de esa entelequia un negocio tan rentable como una evasión permanente, pero pidiendo siempre al final las responsabilidades al maestro armero. O sea, un deporte para vagos y maleantes, pero serio y decadente donde los haya.

Así que hoy lunes 12, festividad de santa Felicísima de Faleria –una mártir de recia memoria como Dios manda, que murió dilapidada, y además decapitada, en tiempos del emperador Diocleciano–, todos, absolutamente todos, estamos felicísimos, y de acuerdo con lo más evidente hasta el momento: que ni el gran Houdini –que se burlaba de los barrotes, de las camisas de fuerza, de las esposas, de las cadenas, de las ganzúas, y de las mismísimas leyes de la gravedad– consiguió lo que nuestro olímpico Puchy –un simple ladrón independentista, terrorista, marrullero y trilero– ha logrado: hincar de rodillas a todo un Estado de Derecho como el español. Nadie lo había conseguido hasta ahora con tanta facilidad, donaire y precisión, pero Puchy ha superado las expectativas olímpicas con su pértiga telescópica.

Dentro y fuera del territorio Schengen, hoy lunes todos nos hacemos, se hacen, la misma pregunta intransitiva y empantanada: ¿Cómo un experto en nada –salvo en la malversación de fondos, en la subversión democrática y fullera, tan mediocre como agitador, charlatán y demagogo hasta el estornudo– lo ha conseguido sin argumentos de fondo, sólo engatusando a sus fanáticos y a los sanchistas del redoble, y sin dar un solo palo al agua? ¡Ah!

Parece broma, pero es así de cierto y milagroso. Sólo con cantar a determinadas horas del día la estrofa inicial de Los Segadors –ahora Els Segadors en el catalán de la Pompeu Fabra–, ha tenido más que suficiente: «¡Retrocedan esas gentes/ tan ufanas y arrogantes!/ ¡Echad mano de la hoz!». Dicen las malas lenguas –yo no he comprobado el detalle– que sólo tararea el himno porque ni se lo sabe y, además, desentona como una fregona con pelos de estropajo haciendo de Madame Butterfly.

Ante la consigna degollante de echar mano a la hoz afilada o dentada, y que no es más que un tongo tongazo que «patrás y palante» rima con amnistiazo –ya nadie sabe qué es una hoz ni para qué servía–, aquí ha reculado todo cristo. Ha retrocedido, y desertado en masa, en primer lugar, el Estado Español que ya no quiere ser estado, ni de derecho, ni español, ni democrático. Todas las instituciones del estado español, con todos los partidos políticos incluidos, más las fuerzas de seguridad, no son más que un queso de Gruyère colonizado por el sanchismo en busca de una totalidad con cuajo. Aquí Puigdemont, que pone 7 votos para dar consistencia al queso olímpico, ha encontrado en Sánchez las minas del rey Salomón.

Ha retrocedido y desertado en masa gran parte de la sociedad española adormecida y jibarizada que, en vacaciones perpetuas, piensa exactamente lo mismo que me dijo el viernes un amigo en un WhatsApp olímpico cuando le planteé algunas cuestiones de intendencia doméstica: «Antonio, estoy de vacaciones. No me hagas pensar». En este barbecho de fugas y apostasías, el escapismo de Puchy cosecha el medallero de heroicidades para acabar con la España democrática.

Y finalmente ha retrocedido y desertado en masa la UE. No sólo dio refugio a Puigdemont durante 7 años, sino que ahora mismo, y tras su reciente aparición del cucú-tras de Barcelona, le ha ofrecido en Waterloo el descanso del guerrero. Ya todos hablan de España como de un estado fallido que depende de los escapismos del gran Houdini y de las piruetas de un majagranzas que no es más que el tongo tongazo integrado en una tiranía prono supina, corrupta, y nepotista, echando mano a todas horas de la hoz de Puigdemont como «herramienta» justiciera que hace a «Cataluña triunfal, rica y grande», y a España una bajante de aguas fecales. Pero no me jodas, Antonio, no me hagas pensar, que estoy de vacaciones olímpicas.