Episodio 9. La están peinando

El final de la primera temporada va tocando a su fin. Suena el teléfono. «A ver, quién llama a estas horas», dice Sánchez ofuscado mientras descuelga. «Hola, Pedro, fenómeno, que julio está en las últimas, qué tal vas», se oye muy ufano a Mañueco. «Hombre, Alfonso. Aquí estamos, un tanto disgustados. A Begoña están peinando y a mi viene mañana su señoría a afeitarme en seco. Es lo que tiene ser un máster, aunque no sea de Augusta, y andar todo el día sentando cátedra». «Ya he visto, te van a poner el domicilio patas arriba. Menudo barullo. Te irás. De vacaciones, digo. Aquí en cuanto pite el final del consejo de gobierno salen todos como alma que los lleva el diablo. Dejo de guardia a Quiñones». Responde Sánchez mientras Begoña mira a su marido y luego calla, como la del ramito de violetas: «Quiñones es un lobo para el lobo. Pero se le acaba de aparecer Caperucita la de Bruselas con las rebajas. Esa consejería tuya es infalible: No hay ley o norma que no acabe en el sumidero de la justicia. Hay que ser finos para no dar una en el clavo». «Te noto un poco ácido y revirado, Pedro, con lo bien que nos hemos entendido siempre. O casi siempre. Y anda, no seas remolón y haragán, convoca lo de presidentes, que sólo visitas a los que te aprietan el escroto en el Congreso. Los demás, además de hijos de dios, también somos presidentes autonómicos. Hasta Lambán te lo sugiere». «No estoy para convocar mucho. A ver si alicato a Illa, me pego un veraneo a cuerpo de Ábalos y a la vuelta me pongo con la escabechina ministerial para dar paso al desbroce territorial. Como diría Jack Nicholson en Mejor imposible, esto es agotador, Alfonso». «¿Y lo de Venezuela?», interroga Mañueco. «Eso está maduro, tengo a Zapatero allí de ojeador. Antes me pulió lo de Cataluña. Te dejo, que está esperando el peluquero para lo de Peinado, y cobra por horas, no por mechón». «¡Qué tío mas sieso!», concluye el de Salamanca antes de repasar la última encuesta trampa.