Diario de Castilla y León

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Ni puñetero caso. Dependiendo del día, las crónicas monclovitas nos cuentan que el tirano Sánchez está deprimido, que está escribiendo otra de sus célebres cartas, o que está preparando las maletas para marcharse a su casa. También refieren todo lo contrario: que está tan en la cresta de la ola que su PSOE –nada que ver con el viejo partido– aventaja en las encuestas al PP de Feijóo. ¿Qué hay de cierto? Ni idea. Servidor no es más que un simple lector de los acontecimientos del pasado y del presente que tiene una sola certeza donde agarrarse: que tanto en los viejos tiempos, como en los modernos, nunca ha de faltarnos un tirano que nos mande ni un papa que nos excomulgue.

Vayamos por partes. ¿Que el tirano Sánchez está deprimido? Oh gran descojonamiento de ursulinas. Sería la primera vez en la historia de la humanidad. Antes, los tiranos sólo se deprimían cuando llegaba a la corte un adivino o profeta y cantaba las cuarenta. La trifulca solía terminar a favor del tirano: le cortaba la cabeza y se acabó el concurso. El ejemplo más drástico nos lo proporcionó un tal Agatocles, tirano de Siracusa. No sólo se cargó a todos los adivinos, profetas y enemigos, sino también a los colegas tibios. Los pocos que le quedaban fueron invitados a una cena pantagruélica, y por riguroso turno les dijo a los postres: «ya que hemos cenado bien, vomitemos ahora los juramentos que nos cargan el estómago». Según las crónicas, no sobrevivió ninguno de los comensales críticos. Qué tío.

En la era de internet el asunto depresivo de los tiranos se ha abreviado gracias a la técnica. Su melancolía freudiana dura exactamente lo que se tarda en escribir un WhatsApp o un twit. O sea, nada. Es lo que podríamos llamar, para hacer amigos, tiranía súbita. Ya. Será todo lo breve que se quiera, pero aquí subyace la misma filosofía, el mismo encono, y la misma exclusividad proterva que referían los clásicos griegos y romanos: que el dolor de un tirano dura lo mismo que un grano. No sé si en el culo, en la cara, en un ojo, o en qué parte del cuerpo. Publio Syro, que estudió el detalle, decía que de esos instantes granulentos los tiranos ni se acordaban de ellos: «nisi sit memoria», escribía con gran alivio.

Tampoco me creo que Sánchez esté preocupado por las cartas. No es lo suyo. Escribir una buena carta requiere a veces un doctorado, y ya sabemos cómo él consiguió el suyo: con los porteadores del Kilimanjaro elegidos sin ningún tipo de casting ético o científico. La primera carta de Sánchez, fue la declaración a Begoña para que los españoles supiéramos a cómo se cotizaba el begoño en bolsa. La segunda fue para regenerar sin ruidos ni bulos la vida democrática de los españoles, y nos pareció como una carcajada de mercaderes a punto de abrir el tenderete por la mañana. La tercera carta ha sido para el juez Peinado, que ya ni la hemos leído porque es como el coñazo de una tiranía silbante que sólo sirve para señalar por dónde va el gato con botas.

Y bueno, lo más increíble de todo es que el tirano de la Moncloa esté preparando las maletas para irse a su casa como cualquier demócrata liberal. Esto raya con lo ofensivo, pues significa que quienes lo dicen no lo conocen y tienen de críticos lo que yo de arzobispo-cardenal de Madrid Alcalá. Cero patatero. Si las depresiones y las cartas no le hacen mella ni le quitan el sueño ni las ganas de viajar para que la revolución bolivariana vuelva a ganar las elecciones en Venezuela por goleada, lo de las maletas es lo más parecido a las de Delcy en Barajas, que no eran maletas sino bodegas, a las que sólo accedía Ábalos bebiera o no bebiera. La borrachez, por tanto, está asegurada.

En todos las tiranías históricas –y ahí está la historia que lo demuestra– llega un momento crítico en el que –yo no me creo del todo que, sistemáticamente, los déspotas sean cegados por los dioses como aseguran Esquilo o Sófocles– todo tirano se convierte en un tarumba, en un pasota contumaz de lencería fina que ha superado todas las tolerancias, las injusticias, y todos los caprichos de la fortuna. Le importa un pito soberano la política, la gobernanza del Estado, y la justicia.

Ya le da igual ser amado que temido, porque, inconsciente o conscientemente, ha hecho una elección perversa: prefiere ante todo hacerse odiar, y que sus secuaces secunden ese mismo odio –que es la toxicidad del «do ut des», te doy para que des– hasta la eliminación sostenible o insostenible del adversario. Y llegados a este punto de no retorno, todo lo demás se reduce a simples matices para poner en marcha el rodillo más apto para allanar todas las multisuperficies de la política y del estado de derecho.

¿Alguien podría decirme qué oficio mecánico con exactitud desempeña el tirano Sánchez después de la aprobación de la Ley de Amnistía y de su aplicación consecuente por parte de la Fiscalía General del Estado y del Tribunal Constitucional en donde la legalidad que acogía a todos los ciudadanos libres e iguales ha sido sustituida por el derecho de todos los bribones y de todos los vividores de la política? El de una motoniveladora Caterpillar.

El problema ya no es exclusivo del tirano Sánchez, que al fin de cuentas no es más que el del pito de un sereno que reparte las llaves para acabar con una nación como la española. El drama nos concierne al resto de parias que participamos en el santo apisonamiento. O tomamos cartas en el asunto como decía Churchill el 8 de mayo de 1945 –«no desesperen, no se rindan ante la violencia ni la tiranía; sigan adelante y mueran, si es preciso, antes de dejarse vencer»–, o el tirano nos liquida tan ricamente por decreto ley ya mismo, y le importa un pito.

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