Diario de Castilla y León

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ÚLTIMAMENTE, servidor cuando viene al caso, y viene con frecuencia dado mi talante siempre dispuesto ante la implicación en las cosas nuestras, suele cerrar alguna que otra intervención con un “viva España” seguido, segundos después, por otro “viva Portugal”. Observo el cambio de semblante y la actitud del público asistente y en tan solo unos segundos, que van del primer viva al segundo, se multiplican sonrisas pícaras, serias, inquisitorias, gestos de sorpresa, alegría y, con el canto al vecino portugués, asentimiento y semblante placentero. Y bien recibido. Y es que los vivas son muy nuestros, esas exclamaciones que todos cantan y que son verdaderos resortes entre las gentes son el mejor salvoconducto del consenso. En tiempos, un viva mal empleado te podía costar la vida y fueron muchos los que con su último y valiente viva cayeron. El caso es que, tras una estadística torticera para andar por casa, las cifras de vivas alegres y cargados de emoción son, por fortuna, los que dominan. Es más, se siguen empleando en casa y en el curre, en el bar y en el campo y, sobre todo, en fiestas de los pueblos y ciudades. El más popular es el “viva San Fermín” unido naturalmente al “viva la madre que te parió”, que es el de mayor reconocimiento social. Y todo esto viene al caso ante la reciente cascada de vivas a España que, con motivo de la copa de Europa, nuestra gloriosa selección nacional ha provocado. No niego que siento un regusto interior cuando escucho vivas y canciones españolistas a jóvenes y no tan jóvenes envueltos en la bandera española con su escudo constitucional. Me consta que somos legión los paisanos y paisanas que pensamos que es una pena que dure tampoco tanto consenso de patriotismo dosificado y popular, sin siglas, sin partidos y sin malas intenciones de barrer para los colores. En fin. ¿Será tan importante este asunto?, pensarán algunos. Pues probablemente no dependan de este gesto ni la comida, ni el sueldo, ni la paz social. Pero no me negarán que, de vez en cuando, un fiestón nacional de todos tiene su puntito de emoción. Asumidos con júbilo los gestos de españolidad como consecuencia de haber ganado la guerra a todo los competidores que juegan al fútbol en los países de nuestra anciana Europa, afrontamos el día después con el recuerdo de un país alegre envuelto en su bandera roja y gualda. Ni una brizna de folclorismo ni rasgo político, simplemente un grado de satisfacción y de identificación con la enseña nacional. La resaca trae su penitencia y volveremos a acomplejarnos y hacernos los suecos cuando nos rocen la piel el rojo y el amarillo de la enseña nacional y su escudo constitucional. Viva España y, por si acaso, Portugal. Y sin el por si acaso.

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