Diario de Castilla y León

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TREINTA AÑOS son 360 meses y 10.800 días, que se pasan volando y suman décadas vienen a plantearnos las sienes sin que nos demos cuenta. Tres décadas han pasado ya desde aquel caluroso 8 de julio de 1994 que pasó a la historia por el descubrimiento de los restos fósiles del primer europeo. Aún tendría que pasar mucho tiempo hasta que los científicos de Atapuerca aventurasen la teoría de que esos dientes que extrajo Aurora Martín de las entrañas de la sierra burgalesa con infinito cuidado pertenecían a una nueva especie del género homo, antepasada de los neandertal y los sapiens. Hoy todos lo conocemos como el homo antecessor y ya se estudia en las aulas, pero aquel día de julio de hace treinta años era un tesoro como los que perseguía el intrépido Indiana Jones. De hecho, la banda sonora de esa popular saga, interpretada a voz en grito por los jóvenes excavadores cuando llegaron a la residencia en la que estaban alojados para comer y reposar fue lo que me puso a mi sobre la pista de que algo gordo había ocurrido en el yacimiento. Eso y las caras de felicidad con enormes sonrisas cómplices y los cuchicheos. Finalmente los codirectores lo confirmaron y salí de allí con la primicia debajo del brazo. Como entonces no existía internet la noticia la tuvimos que publicar en el periódico del día siguiente. Desde entonces los hallazgos se suceden año a año, alimentando la curiosidad de decenas de científicos que siguen escrutando los yacimientos de la sierra de Atapuerca en busca de respuestas a las mismas preguntas que se plantean desde mucho antes de aquel caluroso verano de 1994. Porque la investigación en Atapuerca comenzó muchos años antes, de la mano de los pioneros que abrieron el camino y lograron las primeras líneas de financiación para empezar a excavar y lograron dar estabilidad a la investigación mucho antes de que los focos de la opinión pública se posara en la sierra burgalesa. Mi memoria va poco más hacia atrás en el tiempo puesto que puse por primera vez los pies en los yacimientos en 1992. Ya eran un hito para la comunidad científica, ya tenían apoyo de máximo nivel para su trabajo, aunque las condiciones sobre el terreno eran típicas de aquellos tiempos en los que valía todo. Un aljibe del Ejército, unos escalofriantes andamios amarillos y mucha ilusión. En 30 años, el equipo científico ha desplegado sobre el terreno un manual práctico de excavación que es modelo para el resto del mundo. De la cuadrícula con plomada y cordel, lapicero y libreta se pasa las tecnologías más punteras. De escribir la historia verano a verano, hoy se pasa a confirmar a un conocimiento que procede del trabajo previo de 30, 40 o 50 años atrás. Pero lo más importante, como me afirmó el sabio Eudald Carbonell hace más de treinta años, es que en Atapuerca habrá trabajo para generaciones de investigadores. Enhorabuena a todos y a seguir adelante.

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