Diario de Castilla y León
Francisco Igea y Luis Fuentes, en una imagen de archivo

Francisco Igea y Luis Fuentes, en una imagen de archivo

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Con el final del verano ha vuelto a aflorar Luis Fuentes, uno de los tipos más vagos y serviles que han conocido los 40 años de política autonómica, si no el más. Igea, en sus obsesiones patológicas, tiene enfilado a Fuentes. Siempre lo tuvo desde que éste decidió obedecer a Madrid y no apoyar al gran ídolo en las primarias trufadas de Ciudadanos. Luego se lo comió, primero con patatas en las listas, y luego con zanahorias en la presidencia de las Cortes, donde el endiosado doctor quería colocar a otra inútil de rango, Ana Carlota, luego rebautizada como Carlota, Amigo. Como ahora se lo ha tenido que comer sin masticar la consejera de Movilidad, impasible el ademán. Y así lleva sumando billetes desde 2015 por no pegar un palo al agua el salmantino, que en su mocedad renegaba de Castilla y León. Los billetes obraron en él una conversión más antológica que la de Graham Greene. Ahora se dedica al Corredor Atlántico, un asunto que lleva un par de lustros llenando retórica política, pero que desconocemos qué carajo es. A razón de 65.000 de vellón con acomodo en la vallisoletana calle Rigoberto Cortejoso. ¡Cómo le perturba a Igea que hasta una inutilidad semejante haya encontrado acomodo en el regazo del PP, lugar al que él siempre aspiró hasta que Mañueco lo puso de patitas en la calle aquel día de diciembre, que pasará a las historia como la fecha en la que la arrogancia, la altanería, la soberbia y el acoso sistemático salió de la Junta. Igea y Fuentes se profesaban un asco mutuo indisimulado. Pero Fuentes siempre se sometió como un lacayo indecente a los designios del docto doctor. No le lamía los zapatos porque para ello tenía que haber doblado el lomo y eso no está ni entre sus vicios ni entre sus virtudes. Es todo un disfrute comprobar como esos muchachos que vinieron a regenerar su ego a destajo se despellejan públicamente. Son una sentina de resentimieto, rencor y asco. Son lo que siempre fueron ¡Vaya calaña!

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