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LA DESPOBLACIÓN nos trae a mal traer, porque representa la muerte de los pueblos que a lo largo de siglos y milenios habían conformado el paisaje embrionario de nuestra Comunidad Autónoma. En mi entorno más cercano he visto cómo, durante los últimos años, iba descendiendo lentamente la población en nuestros municipios y cómo los habitantes más jóvenes habían huido y siguen huyendo, no como un deseo de huir y abandonar lo que tienen, si no como el resorte que incita a alcanzar un nuevo y más próspero futuro… Y esos jóvenes se habían ido a ciudades, porque ofrecen, a través de la industria y los servicios nuevas esperanzas de futuro. Es triste, es realmente triste, pero es lógico que ese destierro irónico y excluyente haya sido la causa fundamental del abandono en las zonas rurales más desheredadas de nuestra geografía. Pero como soy partícipe y protagonista en el medio rural y habito durante varios meses del año en un pequeñísimo pueblo de la provincia de León me doy cuenta de que en muchas ocasiones es lógica la huida porque no hay posibilidades reales de que los jóvenes con inquietudes puedan establecerse en lugares desahuciados, abandonados de la mano de Dios, que han sido desheredados y olvidados por todas las administraciones. Ya que “una cosa es prometer y otra cosa es dar trigo”, que dice el refrán ¿Cómo es posible que los valores catastrales en los municipios diminutos se hayan equiparado a los valores de las ciudades que no padecen del problema? ¿Cómo es posible que los jóvenes que pretenden establecerse en un pequeño municipio de Castilla y León tengan las idénticas condiciones y muchas más trabas que quienes se establecen en el polígono industrial de una gran ciudad? Es incomprensible, y eso quiere decir que los responsables políticos que gestionan todo eso no saben absolutamente nada de todo lo que cuento. Es imposible que los impuestos rurales se hayan equiparado y que pague más o menos lo mismo quien vive en una de nuestras capitales de provincia que quien decide irse a vivir y a ejercer su profesión a uno de nuestros pueblos despoblados. La falta de eficiencia trae consigo la despoblación que después de barrer nuestros pueblos barrerá los núcleos comarcales y a continuación las capitales de provincia. Es tan serio el asunto que los políticos que rigen los destinos de Castilla y León deberían de ponerse las pilas y de enterarse que mantener nuestros pueblos requiere un equilibrio que no han sabido ofrecer por el momento.