Mañueco no es Alcaraz
Vuelve la temporada de tenis a la política. Mañueco no es Alcaraz, ese pipiolo que guarda un registro de mandobles inagotable. Ese impertinente de la pista que ha convertido el recurso accesorio de la dejada en un golpe ganador habitual. Mañueco no es Alcaraz. Ni lo necesita para barrer en la tierra batida de Castilla y León el día de Roland Garros. Mañueco es Lendl. Un tenista inagotable, el checo que desde el fondo de la pista arruinaba la moral al abnegado. El intercambio interminable. Sin un aspaviento, sin una alteración sin una gota de histrionismo. Ganaba por rutina y hasta le costaba gesticular cuando alzaba la copa de mosqueteros, que tres veces levantó al cielo de París. Mañueco es así. Quiet man. Era la solidez al fondo de pista. Pues ese es el político que es Mañueco. No pierde la colocación y confía en que su persistencia acabe desquiciando al contrario que ya no sabe si subir a la red, porque esperar es una desesperación, si mandar bolas altas, si mandarlas largas, hasta que por desesperación acaba mandándolo todo a paseo y estrellando la raqueta en el mástil de la red. Gana Mañueco. Es el tenis que aprendió de Viñarás, experto en analizar jugadas y golpes. Volvió Viñarás en el circuito de las europeas y el PP de Mañueco volvió a barrer con el mejor resultado para Feijóo en España, al margen de la pequeña Rioja de Cuca NoAmarra. El PSOE tenía un problema en Castilla y León. El problema de Ferraz es la certeza de Mañueco. El PP de Feijóo ganó por cuatro puntos al PSOE de Sánchez. El de Mañueco arrasó por 14 puntos porcentuales al de Tudanca, o lo que queda del naufragio. El domingo el PP de Mañueco dio otro estirón al tiempo que el PSOE de Tudanca achicó sus espacios. Tudanca es un tenista que sólo aspira a seguir en el circuito, bramando contra el público de la Philippe Chatrier, un Verdasco de la raqueta. Cualquier día aparece con una cinta en el pelo y muñequeras.