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Alivio. Acabó en Castilla y León, como en España, esta campaña de las europeas en la que pocos creían, porque esto ha sido el compadreo del que se habla en El Quijote: «De amigo a amigo, la chinche» en el ojo. Aquí cada político ha sido un ajedrecista que ha mantenido el tipo como decía Sancho: «Mientras dura el juego». Hasta que llegó Sánchez al principio de esta semana clave, he hizo de la su Begoña la cabecera de estas elecciones sólo aptas para los muy escépticos o los muy empoderados: España es ella, Europa es ella, y tú con tu voto eres también ella, ellísima, pues juntos barajamos este condumio «como rótulos de cátedras». Qué barbaridad. Este Cervantes, como profeta de las desgracias y de las dádivas, no tiene desperdicio.

En consonancia con este concilio para dromedarios, y como broche de esta campaña, el sanchismo redentor nos ha salido con una propuesta tentadora en relación con el tema de la bolsa que, según parece, es su principal preocupación: que suba en Castilla y León el impuesto de sucesiones por una razón tumbativa: «Creemos que los impuestos sobre sucesiones y donaciones deberían contar con unas bases mínimas comunitarias en toda la Unión». ¡Olé!

Para nivelar esta imposición que afecta a una sociedad agrícola como la nuestra, se reunieron en Valladolid una serie de agentes para decir que no, y que basta ya de políticas antiagrarias y persecutorias contra el sector industrial del campo. Aquí el presidente de la Diputación, Conrado Íscar, hizo una propuesta coherente: crear una Fundación que vaya «siempre de la mano de los profesionales del campo» para defender los intereses agrarios que en Europa han dejado de ser prioritarios, como se ha visto en esta campaña de absoluta desinformación y nulo interés.