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Jesús Julio CarneroEM

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El alcalde de Valladolid va camino de convertirse en un uno de los influencers modernos más afamados de la política. De la política mundial. Y lo ha conseguido desde posiciones analógicas, que incluso podrían considerarse arcaicas en los tiempos del WhatsApp y otros artilugios del maligno. Ha recuperado el género epistolar, que no se usaba en política desde los tiempos de las famosas cartas del apóstol descabalgado a los efesios. Lo ha recuperado y lo ha puesto de moda. Lo inició él, como si fuera Neruda desenamorado, en sus tribulaciones soterradoras con el ministro Óscar Puente. Pese a la posición muy soviética del ministro, acabó rindiéndolo Carnero a base de acuses de recibo. Pues tal es la escuela creada por el mandatario popular que ni el mismísimo Milei, ese que se pone más histriónico que Tom Cruise en la escena de los lavabos de «Enséñame la pasta» de la memorable Jerry Maguire, se ha resistido a la tentación. Carta que le mandó a Pedro Sánchez con todos sus afectos para ciscarse en su ministro de Transportes por aludir al consumo de sustancias del premier argentino, sin especificar el tipo y pureza de las sustancias. Puente es la salsa de todas las cartas. A la vista del éxito cosechado por Carnero todo hijo de vecino se ha apuntado al carteo. Y ahí radican todas las aspiraciones del presidente de Correos, un amiguete de Sánchez, para mermar la ruina que está dejando en la compañía pública. Los estancos han vuelto a vender sellos. Y los de bolis Bic han incrementado las reservas de tinta. Zuckerberg, que acaba de estrenar un yate que podría pagar el soterramiento del Pisuerga y dos kilómetros del ferrocarril, está que trina con esta fiebre epistolar que empieza a expandirse por el planeta. Si tienen alguna queja contra un político, no se caguen en sus muertos en twitter, mándeles una postal con imágenes del Machu Pichu, que aunque no la lean, por lo menos se entretienen con los santos.