Los alemanes son unos cachondos
Estos alemanes son unos verdaderos cachondos. Pero cachondos de risa, no como el urogallo, ni como las cuentas de Twitter esas en las que metía el cuezo Igea y lo pillaron con el carrito del helado. Va un equipo, fundado por los currelas que hacen las aspirinas, y que no había ganado nada en la vida, con 120 años de vida, y se zampa de una dentellada la Bundesliga y la hegemonía de otro equipo que se llama casi como el de las aspirinas. Y lo hace dirigido por un entrenador español. Una delicia en sus tiempos de jugador. Vasco de Euskadi para más señas, el míster Xabi Alonso. Y lo hace empleando un fútbol total de líneas adelantadas y delicadeza en el toque. Y los teutones, como buenos teutones, descerrajan los pozos por los que manan más cerveza que petróleo en los de Arabia. Y van los muy cachondos, en medio de la celebración, en el BayArena, con un aforo poco mayor que el Zorrilla, ponen a todos los decibelios que da la megafonía el Que viva España de Manolo, no el del bombo, el otro, Escobar. Sin complejos y con orgullo. Y se monta la celebración más grandiosa que se recuerda en la historia del fútbol. Y la cerveza circula entre la afición con la misma alegría que lo hacían las mascarillas por los ministerios en los tiempos de Koldo. Karl-Heinz Koldeanauer, en germano. Leverkusen, cuántos dolores de cabeza nos han quitado los de Renania del Norte-Westfalia. Cuántos paisanos nuestros que huían del hambre emplearon en el noble arte del ácido acetilsalicílico. Hemos saldado nuestra deuda con una Bundesliga, a golpe de carrileros, domadores de esféricos y torbellinos en la punta. Y los alemanes son agradecidos, a la par que cachondos. Parecen españoles. No cabía otra que un vasco poniendo una pica en la Bundesliga. Ahora que tres de los cuatro primeros equipos de la Premier los entrenan algunos de los nuestros. La nueva emigración. Exportamos talento por los mejores pastos del orbe.