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REVUELTO anda el condumio político en este Lunes de Aguas. Tras los últimos descubrimientos en el concurso del masterchef nacional, todos los guisos parece que se decantan por el dúo Gómez & Sánchez. Normal. La cuestión culinaria ha sido desde siempre un núcleo de conflictos enconados entre filólogos y carniceros. Y más aún desde que Sánchez volvió de su gira triunfal por Jordania, Arabia Saudí y Qatar, para terminar en las traseras de Halloween en Cuelga Muros.

Así que hoy todos hablan de una nueva vianda en el menú del sanchismo resurrecto: el begoño con farinato. Como se trata de un invento recién salido del horno, iré directo a la manduca. Ya el pasado jueves 4 me llamó alarmada una vieja amiga desde Salamanca, para que tomara conciencia, política y culnariamente, de cómo andaban las cosas por la capital charra, patrimonio de la humanidad.

Según los rumores que corren, el tirano Sánchez pretendería cargarse los Lunes de Aguas, tal y como, jurídica o políticamente, funcionan hasta ahora. Como es sabido, el quid de esta fiesta entrañable se centra en una cuestión palpitante y libertaria: que las putas, putos o putes –reales o metafóricos da lo mismo– sigan gozando, o dejen de disfrutar, de los privilegios que hasta ahora tienen. Lo digo en general, y sin entrar en los detalles sobre el tamaño de la realidad o de la metáfora, en los que sin duda incidirá la inmediata ley que prepara el sanchismo moralizante, y que, como es su costumbre, todo lo reducirá a paja, humo, polvo, sombra, a nada, como repetimos tantas veces en poesía.

Como es lógico, le contesté a mi amiga que ese rumor parece una broma macabra por una razón de catre o catrestófica: en estos temas no hay cabra que no tire al monte, ni tormenta que no quede en agua de borrajas. A ver, Josefina, ¿en que quedó el decreto liberal de 1497 del Príncipe don Juan, el amado hijo de los Reyes Católicos que murió de amor, y cuya muerte mediática lloraron a moco tendido todas las celestinas, las señoras virtuosas, los caballeros de gola, los cañeros, cañeras y cañeres del reino? Pues en verdura del Tormes, en solemnísimos atasques por todas las mancebías de la España vertebrada.

Añadí: ¿pero tú crees, Fina, que Sánchez se pasará por el arco de triunfo el decreto que firmó Felipe II en 1543 que, salvo en pequeñas variantes, confirmó las libertades que en cuestión de sexo dio por buenas aquel Príncipe renacentista de la hermosura y del goce? Es más, y en tercer lugar, ¿tú crees que a Sánchez no le gusta la chanfainería, y que echará por tierra el decreto de la Junta de Castilla y León –diciembre de 2020– que declara «fiesta de interés turístico», los Lunes de Aguas de Salamanca con indulgencia plenaria y seguro para todos los servicios?

Me respondió: con ese rollo que acabas de echarme, ése se limpia el chipirón. ¿No has leído lo que piensa hacer con ese invento chanquetista-feijoyano, que se llama Ley de Concordia, y que pone a Castilla y León en la desembocadura del Duero en Oporto? Mira, paisano, lo que a mí me importa de los Lunes de Aguas es el negocio del hornazo, que es a lo que me dedico, y de lo que vivo todo el año. Si me lo sustituyes por un sucedáneo, como es el begoño con farinato, pues me partes el eje.

Estamos, por tanto, en el punto álgido del begoño con farinato como producto sanchista y bolivariano, que tanto preocupa a mi paisana y amiga Josefina. Aclaremos. El hornazo es un alimento compacto, recio al modo teresiano, que en un solo acto quebranta las voluntades más resistentes y las satisfacciones más lujuriosas. Con una sola vez que lo pruebes en un revolcón a conciencia y sincero a orillas del Tormes, ya sabes que imprime carácter y que no hacen falta más aspavientos ni más «Padre Putas» que te crucen el río: tú solito vuelves al plato como un corderito las veces que hagan falta como… como decía la madre Celestina: vuelve, hijo, vuelve «y mételo en la camarilla de las escobas».

En cambio, el begoño con farinato, culinariamente hablando, es otra cosa muy distinta, pues traspasa los umbrales del Tormes. Es una ilusioncita transitoria en falcon con proa intercontinental, que está poblada de anisetes, de harina y de más harina –de aquí viene lo de la farina y el farinato–, con aguardiente y tropezones de cebolla en tripa, con tinte sempiterno de bote y de trinque en califato. Sólo así los millones, como en caja resonante de primera dama, y conseguidora, relucen por los picos de Europa en rubiales y hermoseados pimpollos con vuelo directo a la república Dominicana. Dicho en 5 palabros: no hay punto de comparación.

Pero no nos engañemos. En principio, el begoño con farinato no es más que un Gary póster promocional: tanto en falcon/ como en tierra/ Pedro es Gómez,/ Bego es Sánchez/ igual que la ez/ es el guante/ para la S/ y pa la G. Un póster «impecable», puro, inodoro, invisible e innombrable, que se ha inventado Sánchez en medio de tres campañas electorales –vascas, catalanas, y europeas– con el doble fin de toda marina mercante: para que se hable por lo bajines de la corrupción de la carne en Koldo, Ábalos, Marlaska, Delcy, Otegi, Puigdemont, Illa, Aragonés y de un largo etcétera; y para que demandemos con cariño la legislatura del begoño con farinato.

Tierna demanda, que diría Josefina. Y es que Sánchez –al igual que el mendaz y trincón don Juan Tenorio– nos considera a todos, a todas y a todes como a doña Inés: alondras de la primera internacional socialista que nada más leer el inicio de su carta, «Doña Inés del alma mía», ya no leeremos la letra pequeña pues, rendidos, tan sólo repetiremos lo que Inés se tragó: «Virgen santa, qué principio». Ya, y de paso dos huevos para el hornazo.