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Al tal Miguel Ángel Rodríguez, más conocido por sus siglas, como la RENFE y la UGT, o la CEPSA, no es que no le gusten los periodistas. No le gustan los periodistas que no escriben lo que al le peta y, sobre todo, los que escriben lo que le pita y chirría, novios defraudadores aparte. Conocida la conversación en toda su extensión de WhatsApp con la periodista, hay que concluir que el asunto no hay por dónde agarrarlo. Seguramente alguno de los precipitados que salieron precipitadamente en defensa de MAR han visto precipitado por el precipicio su honor y parte de su coherencia. Porque la conversación no es de dos amigos, ni dios que la fundó. Ni siquiera en el ámbito de confianza entre el político y la periodista. No es ni conversación. Es un tiroteo a quemarropa, inteligentemente resuelto por la tiroteada. La conversación del vallisoletano MAR es un desahogo con excesos a horas en las que los terapeutas recomiendan no desenfundar el móvil. Porque a MAR no hay que negarle sus virtudes, entre las que no se encuentra encajar con deportividad las informaciones críticas. Y a la postre, ¿qué es esto? MAR de lo mismo. Ya en sus tiempos mozos en Castilla y León, construyendo a José María Aznar, le dio por hacerle las biografías a unos periodistas de Valladolid. Los peor parados fueron aquellos a los que elogió. Hay personajes que sólo pueden dañarte si hablan bien de ti. MAR es un asiduo a su Valladolid. Un asiduo a la Semana Santa, donde cada año suele recalar en su cofradía, la de las Siete Palabras, dos menos de las que le sobraron en las amenazas. En cualquier caso, la procesión va por dentro y la penitencia por fuera. La vida periodística está repleta de MARes y océanos, de uno y otro pelaje. A los políticos no les gusta ni la transparencia ni la independencia informativa, desengáñense. Y los que más las proclaman, a los que menos les gustan. De los MARes mansos líbreme dios, que de los bravos nos libraremos nos.