Diario de Castilla y León
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No es nuevo. Es casi un rasgo antropológico. La gresca entre vecinos viene ya de la noche de los tiempos. La rivalidad territorial siempre existió. Los de mi pueblo anduvimos con movidas con los de los pueblos de enfrente. Unas veces se liaba en el baile. Cuestión de mozas. Antes era el día de la fiesta. El forastero se la tenía ganada hiciese lo que hiciese. Era el deporte nacional. Y sigue. Goles y árbitros han sido artífices y móviles de batallas. Forasteros de uno y otro lugar no aguantaban una avispa en los genitales. Y así seguimos. La deportividad es esa parcela de la educación que se digiere mal.

El aficionado es un hincha en potencia. En la ciudad la guerrilla iba por barrios y desde la adolescencia la chiquillada entraba en materia. Se iniciaba en lo de la rivalidad de kilómetro cero. Barrios y pueblos son lo mismo. Vacíos los pueblos, la peña se trasladó al barrio marginal. Pandas con tintes delictivos. Versión moderna de aquellos barrios de cristianos, moros y judíos. Dicen que no se llevaban tan bien como cuentan. Pero la fusión fue limando asperezas. Al final te casabas con la del pueblo de al lado y se tenía la fiesta en paz. En los pueblos se firmó la paz. Se rompieron las fronteras.

Yo asistí a aquellos partidos de solteros y casados cuyos equipos se formaban con los de los pueblos de la comarca. Ahora ni con divorciados lo haríamos. O sí. Lo cierto es que se firmó el armisticio entre lindes. Ya no quedaban jugadores, ni chiguitos, ni mozas. La mili dejó de existir y con ella la integración de muchos paisanos de la comarca y de la provincia. He aquí un ejemplo uniformado de nacionalismo de cocina, de cofradía, de pueblo. En la mili se olvidan rencores rurales. Desfilaban juntos. Ser quinto era lo más. Y hoy también quinta y sin mili. Lo que no hemos podido extirpar del todo son esas cicatrices cainitas heredadas que siguen distanciando y enfrentando a las familias en las pequeñas comunidades. Capuletos y Montescos siempre.

O ricos y pobres, que también. Los sociólogos que se pronuncien al respecto de estas fisuras bélicas territoriales que en ocasiones acaban rematadamente mal. Homicidios, reyertas, muertos por ser de una provincia o una ciudad o un equipo o una raza cultural o un segmento social. No tiene fácil arreglo esto de los mininacionalismos, que tiene su punto entrañable cuando no se convierten en el germen de conflicto separatista, acentuando el odio geográfico que en ocasiones se convierte en un problema. En el problema nacional del nacionalismo radical. Qué pena que ya no podamos arreglarlo con un partido entre solteros rojos y casados azules, quintos verdes y quintas amarillas, el domingo después de misa. Dice madre que eso pasa por cerrar el teleclub. Quién sabe.

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