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ALUCINO. Cuando Mariquita quiere, abre puertas y ventanas cierra. Así de taumatúrgico es Sánchez. Y es que le ocurre como a la Pícara Justina –finales del XVI o principios del XVII–, que tenía el baile de san Vito, y no podía estarse quieta. Cuando cogía un romadizo –un catarro de los bajos–, le decía a su compañera de catre: «Mariquita, dame aquí mi manto, que no puedo estar encerrada tanto». Y dicho y hecho. Como jefa de la «liga verde» en el trayecto que va de Mansilla de las Mulas a León, montaba unos premios, que llamaba Gloria –parecido pero no igual a los modernos Goya–, y amnistiaba a los nabos y a los higos que eran su especialidad ecológica.

Lo cuento porque, en lo tocante al verde que te quiero verde, poco o nada hemos cambiado en la actualidad. En ese trayecto vital y rústico, la Justina, con un par de calzas –que se llamaban jauras por la jauría de colores– se convertía en un icono que paralizaba el tráfico de carretas y el tránsito de las ovejas. Lo mismo que hizo Sánchez a cojón de mico en la noche sectaria de los Goya que, al grito de guerra «¡Eres un icono, Presi, te queremos!», también paralizó el tráfico. Imagino que lo sabrán, pero yo no me lo creí hasta que me lo contó un labrador del alfoz de Valladolid. En ese sábado de Gloria, o de los Goya, se le ocurrió salir con su tractor para hacer lo suyo: arar sus tierras. Pues no pudo. Una pareja de la Guardia Civil le dio el alto: «Hoy no puedes andar con el tractor». «¡Pero si voy a arar!». «Pues hoy tampoco puedes arar, así que te vas a casa y dejas el puto tractor». Órdenes de Sánchez para el alfoz y para toda Castilla y León. Ay, Justinica, tú que eras tan fina como una zorra en un naranjal, dime, ¿viste alguna vez una tiranía tan zafia y desorejada?