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YA LO SIENTO. Qué críticas por la columna del lunes pasado, que titulé terrorismo light hasta en la sopa… Comprensible. No todos aceptan que estemos en dictadura, y que Sánchez sea un tirano en el sentido tradicional del término: personaje «que obtiene contra derecho el gobierno de un estado al que lo rige sin justicia y a medida de su voluntad», tal y como se define en la Enciclopedia del Idioma de Martín Alonso.

No invento nada. Desde la prehistoria, el concepto de tiranía como realidad política, y tráfico de esclavos, ya estaba en las sopas de ajo. Para griegos y romanos estos sujetos odiosos duraban poco. Incomodaban a los dioses, y estos los convertían en majaras, en seres repugnantes, en muertos vivientes. Cornelio Nepote, amigo de Cicerón, a la tradicional definición añade esta adenda con tintes de modernidad en su libro De viris illustribus: «llámanse y son tiranos quienes poseen el poder a perpetuidad en una nación que fue libre».

Pues de estas consideraciones históricas y objetivas, parte este columnista. Poco más puedo añadir como analista de textos. Lo cierto es que me resulta difícil prescindir de estas reflexiones. Y más ahora que no soy más que un viejo pellejo, jubilado, y cascarrabias. Lamento repetirlo también esta semana, pero percibo al tirano en Sánchez en cuanto abre el pico.

Un análisis superficial: ¿cuál es el objetivo de la política sanchista? A la vista está, y no lo disimula: tumbar la Constitución del 78; acabar con las libertades y con la igualdad; derogar el sistema de poderes que fortalecen una democracia; gobernar por decreto ley como lo hace un sátrapa y demuestran sus leyes más importantes; y trazar las líneas maestras de su pensamiento político alineándose con las intenciones totalitarias de terroristas, golpistas, malversadores, prevaricadores, traidores, salteadores, okupas, violadores, y demás ralea, para que sean el sánchez-pegamento de un gobierno frankensteiniano hasta la náusea.

Esto no es fácil de digerir en una democracia plena sin que, previamente, no se aplique la prevalencia de todo tirano sobre el resto de los seres vivos en virtud de la aplicación del artículo 33 como excepción providencial: que fue elegido, primero, por todos los dioses sempiternos de la antigüedad –y luego por la intervención directa de Dios Padre, Dios Hijo, y Dios Espíritu Santo en la modernidad–, para una misión revolucionaria y eternal jamás revelada a ningún otro mortal.

Un servicio de entrega que hace compatibles todas las incongruencias del orbe: el terrorismo con los derechos humanos, las víctimas con los verdugos, la hartura con el hambre, la verdad con la mentira, la pos verdad con la «sanchosfera» y la tiranosfera, el espíritu con la materia, y el tocomocho con la tecnobutifarra a mogollón. A este pupurri lo ha llamado María Muñiz –ex militante del PSOE, «engendro político». Servidor, que es militante consorte con derecho a cocina, lo llamo sin tapabocas tiranía. Privilegios de la edad.

Así que me ratifico en lo escrito. Y añado: tirano en ejercicio me pareció Sánchez en el Congreso el martes pasado cuando, en actitud de virgen dolorosa traspasada por siete cuchillos, defendió su amnistía para terroristas, golpistas, y ladrones de alto standing. Perdió la votación, pero volvió a ganarla casi de inmediato. Muchos politólogos lo interpretaron como un golpe fulminante, un kao técnico, un fin de legislatura. Tengo mis dudas. Perdió porque quiso: necesitaba el revolcón independentista-terrorista de Puchy en el maletero para pasarse a la Justicia por el arco de triunfo, y de paso «mear sangre» que es muy sano.

La razón tiranicista no puede ser ni más crucificante, ni más tumbativa e irrefutable: un tirano como Dios manda sufre, pero jamás pierde. Se ríe de las Antígonas de turno que exigen «igualdad de leyes para todos», incluso para los muertos. El tirano, en posesión de la verdad y de la vida y de la muerte, ha subvertido previamente el espíritu de las leyes y responde a la luchadora Antígona con absoluto desprecio, exhibiendo su hipocresía en la tragedia de Sófocles: «al hombre virtuoso no se le debe igual trato que al malvado». Y se queda tan ancho con la soberbia travestida de humildad edificante.

Y esto fue lo que vimos el jueves en Bruselas: un tirano sin complejos convertido en juez supremo para que la troika que integra las negociones de la renovación del poder judicial –González Pons, Bolaños, y el Comisario de Justicia, Didier Reynders– tomaran buena nota: «todos los independentistas van a ser amnistiados porque no son terroristas». Amén. Hasta aquí, ninguna novedad que escandalice. Ya Aznar, en noviembre de 1998, en presencia del terrorista Yasir Arafat, calificó a los terroristas de ETA como «Movimiento Vasco de Liberación». Tiene huevos la huevera.

Pero no frivolicemos. Hay tiranos y tiranos. Trebelio Polión, en la Historia Augusta –siglo IV– habla de los 30 tiranos usurpadores. Un verdadero monumento a la arbitrariedad y al desmán convertidos en servidumbre de paso. El tirano Sánchez, como hijo de su tiempo, copia su tesis doctoral y firma libros que no hace. Por tanto, nada más lógico que en política prescinda ya de los argumentos, de las formas, y de las palabras.

En su actitud frente a la amnistía copia la misma táctica criminosa, esperpéntica y naziosférica que los chicos de Puchy con la inmersión lingüística: si alguien te pregunta en español, responde en catalán, si insiste en el «lenguaje de las bestias», machácalo en catalán, y si persiste en su actitud, tú «fem gestos», haremos gestos, y así «¡nos haremos entender». Amnistía por gestos, tiranía del tocomocho a punto de convertirse en la claridad mesiánica de la noche.