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CREO QUE fue la tarde de Nochebuena cuando me avisan para que sintonice uno de los canales de esa televisión pública que pagamos entre todos pero que no es para todos los públicos porque están emitiendo un reportaje sobre la suerte de pinos en la comarca de Pinares de Burgos y Soria. Raudo salgo de una plataforma y me conecto a tiempo de ver el tramo final de aquel panfleto audiovisual camuflado de crónica rural forestal. La primera afirmación que me hace levantar las orejas se la escucho al narrador que explicaba que tras el intervencionismo, así lo califico yo, no en el reportaje, decretado sobre la suerte de pinos se ha acabado con los abusos históricos que se sufrían en los pueblos que practicaban esta centenaria tradición. Pueblos que, lo recalco, son los legítimos propietarios de sus montes, sus pinos y sus aprovechamientos forestales. En el caso de mi pueblo los montes pertenecen a los vecinos desde el siglo XIII, reinando Fernando III el Santo, quien otorgó una carta puebla en la que se reconocía tal derecho, que fue confirmado y ampliado, en algunos casos, por diversos reyes. Más de 800 años de gestión del monte por los vecinos, pero vienen los ecologistas de libretilla y los funcionarios chupatintas a decirnos que lo que importa son las ordenaciones a las que se ha sometido en los últimos tiempos, esos en los que manda más el que está en un despacho que el vecino que se patea su monte. Para más inri, sale en pantalla un paisano adoctrinador para soltar que sólo teniendo en cuenta condicionantes mayores que el beneficio económico se puede garantizar la pervivencia de este pulmón verde. Como si los ocho siglos que han convertido ese monte en el mejor pinar de Europa no valieran para nada. Es un insulto total a las generaciones de serranos que han convivido y aprovechado su patrimonio más valioso. Quizá es que sólo lo entendemos los que nos corre resina de pino por las venas. Sin ecolojetas y sin ayuda de funcionarios con sus ordenaciones, mis abuelos y los de cien generaciones más cuidaron el monte hasta traerlo a este siglo de chupatintas y enteraos como un ejemplo europeo de lo que hoy se conoce como sostenibilidad. Ya podrían vaciarse de prejuicios doctrinarios del más fatuo ecologismo esta panda de chupópteros que no distinguen un pino de un piano. Y de remate, unos días después escucho al patrón mayor de una cofradía de pescadores de una de las rías de La Coruña quejarse de que los chupatintas decretan que hay poco ejemplar de una especie y limitan la captura cuando ellos ven que hay más y luego afirman que hay más de otra aunque el pescador sabe que no es así. Otros que no escuchan a la gente, así nos va en este país.