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MAÑANA ES NOCHEBUENA, y una vez más repetiremos el mensaje fraterno de Lucas  –en 2, 14– al «ejército celestial» y a «todo el pueblo» de los hombres: «Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad». Lo suscribo de cabo a rabo, ¿quién no? Como vivimos en una excepción que se llama Sánchez, hagamos hincapié en el matiz que hace el evangelista, pues esa paz se restringe a los «de buena voluntad». Esto es, a los que hacen de la paz una causa justa tanto en tiempos de guerra como en tiempos de paz. El resto son buenismos políticos propios de agitadores con gasolina, de tiranos que, según decían los clásicos antes y después de Cristo, traen una miserable esclavitud: «míseram servitutem».

Cuando la práctica política va por otro camino, y se ajusta en todo a la voluntad del tirano, la paz –aunque se hable de ella hasta para ir al baño– se falsea y se estira como el chicle para convertirla en otra cosa. A los primeros que lamina, persigue y excluye con precisión tiránica, es a los hombres y a los ciudadanos de buena voluntad. Y es que la paz, como advirtió Spinoza con precisión matemática, «no es la ausencia de guerra; es una virtud, un estado de la mente, una disposición a la benevolencia, a la confianza y a la justicia».

Todo lo contrario de este Sánchez, que en esta Navidad usa la amnistía como una paz generosa para golpistas, asesinos, terroristas, separatistas, y ladrones. La paz que quiere Sánchez para los españoles de buena voluntad no es nada evangélica. Es la «paz varsoviana» del general Sebastiani que, tras la invasión rusa a sangre y fuego en septiembre de 1831, dijo exultante: «la tranquilidad reina en Varsovia». Así que, Feliz Navidad, pero a los hombres de buena voluntad.