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FIN DEL PUENTE de la Constitución y de la Inmaculada. Gran estampida del Masai Mara con una consigna: huir, huir de casi todo. En casa sólo se han quedado dos elementos residuales: los ciudadanos que no pueden seguir esa avidez que genera el trote migratorio, y los tiranos que lo tienen todo resuelto, pero que han de vigilar el corralito hasta que la manada regrese y se encuentre que todo está en su sitio, que todo sigue igual, aunque con ciertos cambios de cosmética nada importantes.

Bajo este singular garantismo, la despreocupación ciudadana, políticamente hablando, crece y crece. Es tan absoluta que emprende el gran viaje pensando que tiene cubiertos todos los riesgos, incluido el de la muerte. Como los gladiadores de una película romana, podemos gritar en la pole de salida: «Ave, Caesar, morituri te salutant», los que van a morir te saludan. Esto escribía Suetonio que le gritaban a Claudio esos gladiadores. Pero no es cierto. Eso jamás lo dijeron los gladiadores –que siempre fueron una raza superior, muy tenaz, y muy considerada–, sino los que hacían las naumaquias. Es decir, los remeros del lumpen condenados a muerte y que hacían las maniobras en las batallas navales para ahogarse, precisamente, en el circo. Gran diferencia.

Dicho de otra manera: que las grandes estampidas y las innumerables huidas en la historia de la humanidad siempre son provocadas por alguna clase de tiranía. Ante la opresión política irrespirable, los demócratas que pueden, huyen. Los tiranos en cambio se quedan con el poder, con el dominio de la tierra, y con la explicación de la historia que, generalmente, los absuelve. El ejemplo palpable y ejemplar lo tenemos en nuestros días. Con millones y millones de exiliados de Cuba o de Venezuela, ¿qué han conseguido estos gladiadores de la libertad?

Pues algo –y hay que reconocerlo– muy importante en la geopolítica de la huida: el inmenso agradecimiento de sus tiranos. La acción de gracias de estos benefactores de la humanidad no cabe ni en el libro de la vida del Apocalipsis: gracias por vuestra ausencia temporal, indefinida, o eternal, tan necesarias; gracias por no votar contra la revolución en tiempos de carestía, a pesar de vuestras ganas; gracias por no molestar cuando no se podía conceder ningún tipo de pausa en nuestra lucha; gracias por no agitar nuestras calles contra los ideales del progreso y de la sacrosanta dictadura popular; y gracias, gracias, por seguir huyendo. Nunca un puente de plata ha conseguido tan pingües beneficios. Morituri te salutant.

Pero no hagamos épica con el puente-huida de la Constitución tan inmaculado, hispano, gregario, y despampanante. Tras el desastroso informe de Pisa, y tras las apuestas autoritarias de Sánchez, que nos han acompañado, la cosa es mucho más ramplona de lo que parece: los demócratas españoles se han tomado el respirito de las de Villadiego. ¿Y qué significa esto? Quevedo, en su obrita la Visita de los chistes, pedía que alguien le aclara «quién fueron las de Villadiego, que todos las toman, porque yo soy Villadiego, y en tantos años no lo he podido saber, ni las echo de menos, y quería salir de este encanto».

La cortesana Celestina, siempre al tanto con las cosas del comercio y del bebercio, decía que se trataba de unas calzas de alto voltaje que indicaban peligro. El resto lo percibe como una huida rápida para no caer en el garlito y morituri te salutant. O sea, algo que cuadra perfectamente con el idiosincrasia del personal post Covid-19, que ya no está para heroicidades y parece que lo tiene claro: comamos, bebamos, follemos y vivamos, que son cuatro días. Lo que no es de extrañar.

El informe Pisa, que nos ha pisado los higadillos durante el puente, ha destrozado cualquier orgullo de culturetas en acción. Resulta que nuestros alumnos, de tanto mirar la tablet y el móvil en clase y fuera de ella, se nos han quedado bizcos. De la noche a la mañana han pasado de la revolución cibernética imparable, que llevaban en una mochila sin apenas peso, a la involución más pesada de la mente. Los chicos no resuelven problemas porque las matemáticas no tienen sentido, no entienden lo que leen porque la lectura es un bache en su pensamiento, y el pensamiento es una especie de rémora porque los pedagogos han reducido esa actividad a una simple socialización inadecuada. Fracaso rotundo, huida hacia adelante con un futuro oscuro: morituri te salutant.

El descrédito de nuestro sistema educativo se empareja con la degradación galopante de la política en los últimos cuarenta años. Mejor dicho, ha sido la interferencia más ideológica y sectaria de esa política –con 8 leyes orgánicas desmanteladoras, descendentes y empobrecedoras–, la que ha determinado el contenido de los saberes. Para estos tiranos de la enseñanza como adormidera, nunca es tarde para encajar una reformita que haga de las matemáticas, de la lengua, de la historia o de cualquier materia, una perversidad de género o de número, con tal de tomar las de Villadiego y si te he visto no me acuerdo.

Esta chiclería de ignorancia al descampado, la regenta el tirano Sánchez en «tierra firme» sin supervisores. Lógico, juega al tute con Judas y ya supera con creces al gran traidor. Se desentiende de las palabras con vocación tardía, se olvida qué significa amnistía, qué prometió, qué aprendió, qué legisló, y qué relación hay entre la o de un canuto y la o del camello que pasea Hamas por las pasarelas del terror. Tiranía de fregadero que resumió así una de sus discípulas aventajadas con responsabilidades culturales en Valladolid también en este puente: «y ya no me dilato más». Claro, hija, sé cauta con lo que echas, morituri te salutant.