Una Seminci en bancarrota
ME REAFIRMÓ. En estos días de porquería general y básica, de golpe de estado institucionalizado bajo una capa de amnistía vergonzante, y de una degradación democrática que suprime la democracia en la nación más vieja de Europa, me reafirmo en lo que escribí aquí el sábado pasado: que la Seminci –la semana de cine creada para resaltar los valores humanos– parece estar sumida en la propaganda de este estercolero. Debe de estarlo desde el momento en el que un actor afirma, ardorosa y reiteradamente, que hay que «empatizar con el asesino», y la estructura piramidal de la Seminci, que se nutre con dinero público, no rectifica y calla ante semejante salvajada.
Y debe también de estarlo, y en paralelo a estas declaraciones inasumibles como valores humanos de un actor, cuando, además, se premia a un director de cine, como Ken Loach –un viejo conocido en las pasarelas triunfales de la Seminci–, aprovechando una plataforma de indudable resonancia, para abrir franquicias de intolerancia, y de servidumbre políticas e ideológicas, que son también incompatibles con los valores humanos.
Escuchar las declaraciones de Loach, con el puño en alto, en el foro de la Seminci –cuando por ejemplo un líder terrorista de Hamas, como Ghazi Hamad, asegura sin ambages que «Israel es un país que no tiene espacio en nuestra tierra, y debemos eliminarlo»–, parecen una broma de mal gusto, estrafalarias, folclóricas, antisemitas radicales, y de una burla orquestada contra los valores humanos en una Seminci en bancarrota. Así que, frente a este acoso y derribo ideológico, me reafirmo en lo escrito y levanto la voz con el gran Quevedo: «No he de callar por más que con el dedo, / ya tocando la boca o ya la frente, / silencio avises o amenaces miedo».