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PEDRO Sánchez es España, y así la amnistía es un antídoto para que esta nación de naciones, y noción de nociones, supere los males que le aquejan. Así lo manifestó el presidente en funciones (y defunciones) a su sanedrín socialista, cohorte cardenalicia que, tras sus homiléticas disertaciones contestaron con un rotundo, y al unísono, ‘te alabamos Sánchez’. Bueno, hubo una tímida, aunque clara, voz discrepante, la de un monaguillo manchego, de frases de rústica contundencia, Page, que advierte que la estrella no guía hacia ningún portal, sino hacia la Moncloa, donde se ha de adorar al presidente ungido por la imposición de manos de Puigdemont. 

Como  antecedente del caso actual, consta en los archivos el de Jordi Pujol. Criticarle era ofender a Cataluña. No a un pequeño porcentaje de los catalanes (pongamos un 3%), sino a todos. A fin de cuentas, es verdad, él (y toda su numerosa y variopinta prole) se nutría de todos, al menos de quienes eran sujetos pasivos de la fiscalidad y la tributación.

Pero este (comprometido) momento político y social da tanto juego que sería un delito de lesa inteligencia no aprovechar el aprendizaje que se pone a disposición de la ciudadanía mínimamente instruida. Algunos resortes de (patología) psicológica, así como el cortejo entre la aritmética y la legalidad, tan solo emergen en situaciones como la que ahora padecemos democrática y pacientemente.

Poner una cámara oculta en el lugar adecuado no influye en la mejor o peor naturaleza humana del protagonista de la grabación, pero sí permite descubrir al culpable. Los caminos que permiten alcanzar el poder, y en especial los de dirección prohibida, cuando los demás tan solo conducen a la casilla de salida, suelen emplearse por quienes se ven tan poderosamente estimulados por alcanzar un fin que los medios tan sólo son instrumentos carentes de significado, contenido o naturaleza moral.

Sánchez es España, ahora lo sabemos, y el interés general adopta una particular forma que coincide, casualmente, con su silueta de maniquí envarado. Ese personalismo totalitario coincide con la mejor tradición socialista y, aún mejor, comunista. De hecho, si no hubiera cometido algunos fallos de principiante en su guión para dóciles mentes revolucionarias, aún tendríamos que tragarnos muchos minutos de panfletismo de manual de Pablo Iglesias. Otro que gobernaba para el bien de la gente, en exclusivo beneficio propio.

Habrá que ir buscando un taller, si es posible concesionario oficial, para llevar el motor de este vehículo llamado democracia, antes de que gripe del todo.