La plancha mágica
Vivimos en un mercado persa, y a los hechos me remito. La política española no es más que un inmenso zoco en el que todo se canjea, se apalabrea, se subastea, se mercadea, se guerrea, se amnistiarea, se independenciarea, y en el que todo se trufea con un antisemitismo medieval para que salga el sol por Antequera tanto en el Congreso de los Diputados –que está cerrado a cal y canto–, como en el Senado, abierto para que corra el airecillo.
Para enterarnos de lo que pasa en la España sanchista y saber dónde estamos, a los votantes sólo nos restan dos opciones. Acudir al mercadillo persa de los medios de comunicación –infectados de un frankensteinianismo militante–, o acudir al libro de Las mil y una noches para ver cómo sobrevivía Scheherezade: «Sólo os diré, majestad, que, si después de cortarme la cabeza lo abrís por la sexta página, leéis la tercera línea de la hoja de la izquierda y, a continuación, hacéis cualquier pregunta, mi cabeza os responderá de inmediato». Qué fantástico. Ni Harry Potter.
Pues este es el mundo maravilloso en el que estamos viviendo ahora con la investidura de Pedro Sánchez y con la guerra terrorista de Hamas contra Israel. Dos fantásticas ideaciones en paralelo que, con la cabeza cortada, podemos adquirir en el mercado persa a precio de ganga. Hasta a aquí, y encaramado en la alfombra mágica de Aladino, llega Sánchez vendiéndonos la amnistía, la independencia, y los pactos de investidura con el etarra Otegi y con los golpistas catalanes como un producto mágico por una razón tumbativa: nunca en España se ha vivido mejor o se ha vendido mejor. Así que Las mil y una noches es nuestro libro de cabecera con ese estirón de romanticismo bobalicón y progre del chavista ZP: «¡corazón mío; puedes latir hasta romperte dentro de mi pecho!». ¡Guau!
Bueno, pues esto, que es simple política de rodapié y no más, lo podemos aguantar sin cabeza con una cierta serenidad y fatalismo. Y ello porque los españoles, desde hace siglos, nos hemos abrazado a las causas adictivas y fronterizas sin esfuerzo. Ahora nos hemos pasado en masa a los programas del corazón por una razón de supervivencia práctica: porque son más fáciles de digerir y podemos, con un simple mando, cortar el rollo siempre que lo liviano y lo frivolón no pase del puterío a lo ofensivo para endosarlos lo que pretendía hacer el cura con don Quijote nada más empezar la II parte de sus aventuras: «parece que te despeñas de la alta cumbre de tu locura hasta el profundo abismo de tu simplicidad».
Hasta aquí podíamos llegar: que encima nos insultaran. Entonces empiezan los problemas serios y de fondo. Así, nos cuesta admitir algo –como le ocurría a Cervantes al hablar del destierro forzoso y político del morisco Pedro Ricote– que fue muy traumático en nuestra historia, y que ahora el sanchismo redentor quiere repetir: que después de siglos de convivencia pacífica con judíos y musulmanes –los reyes hispanos eran de facto señores de «las tres naciones»–, se rompa de nuevo ese frágil equilibrio, y que nos venga alguien –como Yolanda Díaz y los suyos con el artilugio de su plancha mágica que ya usó en las pasadas elecciones– para aleccionarnos sobre quién tiene razón en la guerra terrorista que Hamas ha empezado, como ya ha ocurrido varias veces, contra Israel.
Simples sectarismos que se resumen en una aplicación palmaria: terrorismo contra democracia. Pero eso sí: terrorismo con la metodología moderna del buen planchado. Unos, como Susana Díaz –no le da para más–, aplican el rápido planchado de viaje que se utiliza sólo para las emergencias: plisar los rulos, tablas y corbatines. Otros, como Ione Belarra usan el planchado vertical, que es más radical y canallesco: de arriba abajo dice que Israel, que ha sido atacado, es un estado terrorista y genocida. Otros, como Irene Montero –con el resto de filoetarras terroristas y de golpistas– usan el planchado de centro, que consiste en optimizar todos los recursos para sacar réditos siempre al lado de Hamas. Y todos ellos comandados por el doctor Sánchez, que es el inventor de la plancha mágica, repartiendo dotes de fiado y suegras al contado. O sea, puro antisemitismo en distintos planchados.
No obstante, los hechos son tan evidentes como vergonzosos para los relatores de la plancha voladora: Hamas lanzó más de 5000 misiles contra el estado democrático de Israel; Hamas asesinó y ejecutó a cientos de víctimas civiles; Hamas secuestró a 200 civiles para extorsionar a una democracia; Hamas ejecutó a bebés en su cuna; Hamas se inventó el bombardeo de un hospital con 500 muertos que nunca existió; Hamas ha mentido con el bombardeo a una iglesia ortodoxa que tampoco ha existido. Y lo más duro de digerir: el doctor Sánchez se desgañita en Egipto con declaraciones enfáticas que su gobierno desdice. ¿Qué significa esto? Dime con quiénes mercadeas y te diré el antisemitismo que de facto, o de tapadillo, justificas con tu gobierno en funciones.
Sólo nos falta que estos antisemitas del buen planchado nos salgan ahora con el falso auto de fe del Niño de la Guardia –el Santo Niño que nunca existió–, que se celebró en Ávila en 1491, para llevar a la hoguera a una serie de judíos inocentes y justificar un antisemitismo repugnante. Igual que estos políticos supremacistas, oportunistas, aprovechados y progresistas modernos, que les gustaría reeditar el holocausto con los nuevos hornos crematorios de Auschwitz, y que denunció Jorge Guillén con brío: «Auschwitz, ese máximo crimen de la historia europea,/ un fondo irracional que ya es locura,/ se mantiene ejerciendo la razón razonante/ con gran embriaguez: asesinatos». Antisemitismo de plancha mágica: crímenes impunes.