Especie en peligro de extinción
SE VEÍA VENIR, y aquí lo tenemos. Hace días hablé aquí sobre las tribulaciones de una vecina con sus jilgueros. La buena señora, ya no sabe si abrir la jaula de par en par y que mueran donde el Creador de los pájaros disponga, o si empieza a pagar las suculentas multas en las que pueda incurrir por cuidar con mimo a estas criaturas del cielo que, ruidosas y felices, cantan sin la necesidad de un pinganillo con traducción simultánea como en el Congreso. Contra los autores de la nueva Ley de Bienestar Animal -que piden pinganillos para dormir de noche a las lechuzas- ya nos previnieron los pitagóricos: «animalia recurvis unguibus ne nutrias»; dicho en castellano: ni se te ocurra alimentar a los animales de uñas encorvadas.
Bueno, pues hace un par de días, y con la nueva ley en la mano, ha saltado el asunto espinoso de las gallinas ponedoras y el de los pollos como producto alimenticio. He aquí las cuentas, según los expertos: «los costes de los productores de huevos podrían aumentar hasta en 140.000 euros y el precio de la carne de pollo podría triplicarse para los consumidores». Comparativa aterradora, pues las granjas empezarían a cerrar no tardando mucho: «en estos momentos, en los lineales el precio es de 3,25 €/kg el pollo entero, se estima que podría llegar a los 9,75 €/kg». Y todo, como señalan: «estas medidas no se fundamentan en evidencias científicas, sino en pura ideología». Conclusión, que con este gobierno Frankenstein el hombre es ya una especie en peligro de extinción por algo que también nos advirtió un clásico como Horacio, que tenía un gallinero que guardar y se veía como un bicho raro: no soy más que un alma superficial que se oculta bajo la piel de un zorro: «animi sub vulpe latentes». Ya le digo.