Retorno
PASEO lentamente. Con la parsimonia de sentirme dueño de un tiempo, ni muy breve ni demasiado extenso, que me permita palpar la realidad con cierta delectación. Suficiente en todo caso para crear un paréntesis de rítmica relajación. Mi único propósito es avanzar sin acelerar el paso. Ser capaz de que el itinerario sea camino y reloj a la misma vez, en una sincronía que me reconcilie con la cadencia de la naturaleza.
Los acontecimientos sociales y políticos de España, y los escenarios de ebullición bélica internacionales, nos ofrecen un panorama global de honda preocupación. De unos tiempos de crispación radical, en el que las ideologías, los idiomas y los límites territoriales tan sólo se esgrimen en un sentido: el de la confrontación. Es evidente que esa formulación dialéctica nace, se transforma y se activa por unos resortes del ejercicio innoble del poder. Digan lo que digan… Incluso cuanto más se hable de generosidad, liberación, solidaridad, igualdad, inclusividad… más hay que sospechar de un uso y abuso de las maquinarias gubernamentales.
Mi papel, el de cualquier ciudadano raso, pasa por ejercer el derecho activo al voto cuando se convocan elecciones, y en su caso acudir a alguna concentración de gente libre y sin más prejuicios que los que de modo inconsciente estén instalados en nuestros cerebros. Y, cada semana, escribir estas líneas.
Se impone, por tanto, un cierto regreso, que no huida, a los cuarteles de invierno, a viejas costumbres y saludables aficiones. Nada como un puente festivo para programar un plan intenso y, a la vez, reconfortante en su desaceleración.
Literalmente he desempolvado un libro sobre Federico García Loca, en cuya primera página aparece una firma, la mía de entonces, y un año: 1985. El autor es un francés que se interesó, e investigó, sobre el poeta granadino. No sé si en aquel año lo leí, pero el caso es que, incluso si fue así, no me acuerdo de nada de lo que pude leer. Tendré que verlo por el lado bueno, que es el de leerlo como si lo hubiera adquirido el día anterior.
Desgraciadamente, la festividad de El Pilar cayó en jueves. Así que me quedé sin el fútbol sala con los amigos, que además permite recibir al viernes empuñando un vaso en compañía jovial.
Y, eso sí, quizá como reflejo de una infancia trashumante, no faltó una escapada para contemplar viñedos en los que, cuando estudiaba Derecho, doblé, y bien, el lomo.
Unos días de retorno sin nostalgia a viejas calles, libros ya acariciados y viñedos de la juventud. Para ajustar los engranajes emocionales que nos permiten seguir siendo, pese a todo, nosotros mismos, sin despreciar la evolución por la experiencia y la búsqueda.