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¡QUÉ PANORAMA, señoras y señores!  Con 11 días que aún nos quedan, contando hoy lunes 21, para que finalicen las vacaciones de agosto, España se ha convertido, sin darnos cuenta o queriendo, en un auténtico despiece de carnicería al aire libre. Comenzó la sarracina -o matanza del cerdo, o el del ganado si prefieren ser más finolis con ciertas palabras- el niñato Daniel Sancho en Tailandia. Sánchez, políticamente, la ha mantenido en el Congreso con la constitución de su nueva legislatura: Frankenstein a degüello y sin más consideraciones previas.

Entre Sancho y Sánchez -apenas una o y una ez como diferencias casi imperceptibles para un traductor tailandés- las similitudes se agrandan con el transcurrir de los hechos y de los días. Según el relato suministrado por el propio Sancho, apuñaló al doctor Edwin Arrieta y, premonitoria y supuestamente claro está, lo despiezó en 17 cómodos, simbólicos, y españolísimos trozos. O si prefieren, por no herir sensibilidades que están a flor del gaznate, lo dividió en 17 entidades autónomas corporales bien definidas.

Todos nos extrañamos de este troceado tan calculado y peculiar. Algunos no se creen, a pesar de que lo ha reconocido y demostrado con pelos y señales -«La he liado. No tenía otra opción»-, que él solito descosiera un órgano tan correoso y bien articulado como el de su madura víctima colombiana. Lo que son las cosas con una buena pedagogía, pero la tierna criatura de 29 años ha demostrado que es un experto chef, o un habilidoso cocinero en el «arte cisoria» o en el arte de trinchar carne, que escribió el Marqués de Villena en 1423, siguiendo las pautas que estableció Alfonso X el Sabio en una de sus Partidas.

Al principio nos dijeron que las partes seccionadas por Sancho fueron 14. La cosa parecía más factible, y no pasó desapercibida a los comentaristas del corazón. Siete y siete dan catorce, y así el número mágico alcanzaba cimas irresistibles y de contenidos astrológicos. Y claro, si encima, como ha llegado a decir algún comentarista de la rosez científica, la tarea se hizo bajo la influencia irrefrenable y estricta de la luz llena tailandesa, la magia resulta arrolladora, y el eximente fanático está servido para cometer cualquier tipo de atrocidad. Con estas razones de alto contenido filosófico para bañistas en pelotas, se ha pretendido solapar, o defender en no pocos casos, un crimen tan repugnante, despreciando de paso a la víctima, y asegurando que existe un Sancho bis sin localizar.

También se nos ha dicho, y esto ya parece harina de otro costal, que había dinero, mucho dinero en juego: que si Sancho recibía diez mil euros al mes o, como apuntó este mismo periódico el miércoles pasado en la página 12 -siguiendo fuentes bien informadas-, «el médico le había regalado un tarjeta de débito y que le pagaba 25000 euros al mes». Un pastón. ¿En un momento, dados los resultados, rebajó el cirujano la cuota inicial a 24.000 euros? Craso y mortal error. 

Ese tipo de rebajas o de remiendos, por mínimos que sean, suelen tener mortales consecuencias entre los socios deseados, y sobre todo entre los de simple provecho por una razón tan simple como se recoge en el refranero popular: Duro es Pedro para cabrero. Y esto, señores míos, ocurre tanto en el amor de correntío como en la política de más alto estoque. Lo señala Gracián en El criticón con una agudeza demoledora. Aquí, escribía, cada uno es hijo de su padre y de su madre, y aquí todo vale, pues cada uno tiene un tipo de garra peculiar, prensil y desgarradora: ya sea «de león», de «hocico de puerco» o de «orejas de Midas».

Según el relato de Sánchez -bis hasta en la empuñadura-, su segura e inefable investidura como Presidente por cuatro años más ya se da por hecha. Misión cumplida, puede decir con Sancho. Lo ocurrido con la elección de una independentista radical como Armengol, para presidir el Congreso, revela la catadura de los maestros para hacer torniquetes o manejar la hoja barbera con éxito: hasta el despiece jurídico y hasta el ajuste de votos para inmovilizar a la víctima que se rebulla de modo implacable, certero, definitivo, o para sellar bocas como lo hace un sicópata con las grapas de un palé.

¿Así de contundente? Así mismo. Sus socios en el «arte cisoria» -EH Bildu, ERC, Junts, y BNG- no sólo la dan por hecho, sino que incluso han rechazado entrevistarse con el Jefe del Estado porque no hay nada que consultar ni tampoco tiempo que perder con pamplinas en vinagre. Sánchez, como mucho, jugará al quirrial, y en todo caso desplegará sus artes de magia potagia, de cifras cabalísticas, de chanchullos que van y vienen, de dineros astronómicos a cuenta del contribuyente, de declaraciones al horizonte como si la luna llena de Tailandia y la luna llena de la Moncloa tuvieran el mismo vaso comunicante, de despiece a 17 autonomías poniéndose la Constitución por montera, y decidiendo sobre la vida, la muerte, y la libertad, con la misma facilidad que se hace en las películas de Hollywood para desmembrar a la nación más vieja de Europa.

Lo tiene facilísimo. A Feijóo, en su papel de Rajoy II redivivo y marchito, le ha entrado la galbana, está tocado por la misma indiferencia y distanciamiento hacia sus votantes, ostenta los mismos tics alarmantes de complejos y concesiones hacia un izquierda que le ha tomado el pulso y que le marca, a cada paso, el despiece del pelele de Agapito: di que Vox jamás irá contigo. En este despiece generalizado, sólo la esperanza de Ayuso, que sigue siendo el tigre que va suelto al fútbol o a la pradera de San Isidro, es combativa: «Está pactado, Sánchez venderá la nación a sus enemigos con España de vacaciones».