Contra la Agenda 2030
En principio, al leer la Agenda 2030, todo es tan idílico como acabar con la pobreza.
Pero como el diablo está en los pequeños detalles, para la Agenda, todas las respuestas deben venir del Estado, sin duda es una visión estatalista, mejor dicho meta-estado, por ejemplo, la educación debe de ser pública, y, ¿qué ocurre si libremente quiero llevar a mi hijo a un colegio privado o concertado? y, ¿qué ocurrirá con las maravillosas pedagogías alternativas venidas de Italia de la mano de Montessori, o con las escuelas alemanas Waldorf?
Sin duda, la Agenda nos impone un modelo hegemónico. Una aburrida uniformidad en forma de 17 puntos. Pero hay momentos en los cuales el texto 2030 ‘se viene arriba’y elogia hasta el delirio los ‘valores’ promovidos por el deporte, pero paradójicamente, no dice nada de las aportaciones de las religiones a los ‘valores’, más bien, las religiones son vistas como problemáticas y pueden promover la desigualdad.
Suena un tanto surrealista que, el ganar rivalizando en el deporte, se ponga como ejemplo máximo para obtener tales valores.
Sin duda, la Agenda 2030 plantea un modelo, estatal, occidental, organizado desde instituciones internacionales. Crean nuevos dogmas que de paso arrinconan en el cuadrilátero a sus competidores ideológicos, evidentemente, a la religión, y de paso, a la chita callando, imponen la ideología de género y el puntillismo de la libertad individual frente a la familia.
Para la Agenda 2030, el ser humano es imperfecto, homines vacui, egoísta, que come carne, y hay que decirle qué tiene que hacer, sin ir más lejos, se insiste en controlar la natalidad y esto me produce la risa floja… puesto que leo la Agenda desde la España extinguida. Es lo que pasa cuando se impone lo global.
¡Pero mucho cuidado, amigos!, y aquí viene la gran trampa, la Agenda no plantea acabar con los paraísos fiscales, que sí son realmente un monumental problema y generadores de las mayores desigualdades mundiales, no se habla del vergonzoso paraíso fiscal holandés, o de los países ‘anglos’ que tienen sus propios paraísos fiscales (ver Ensayo sobre la desigualdad, 2017). Resumiendo: tus pagas y ellos no.
Por cierto, España es uno de los pocos países honrados que no tiene sus propios paraísos fiscales.