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CADA AÑO, y llevo 31 hasta la fecha, aguardo alborozado la llegada del periodo de excavaciones arqueológicas en la Sierra de Atapuerca. Me picó el gusanillo de conocer los secretos de la tierra en el verano de 1992 cuando subí por primera vez a la trinchera para conocer lo que por entonces era casi un misterio. Mi guía para la ocasión fue uno de los codirectores, el entrañable Eudald Carbonell que se me presentó con su salacot,  pantalones cortos y botas de montaña con los calcetines hasta la espinilla. Todo un explorador que fue capaz de dar a vuela pluma una lección magistral para los oyentes de la radio para la que trabajaba yo. Fue la primera vez que escuchamos la expresión que acuñaron los tres codirectores de la excavación y que rápidamente hizo fortuna para definir el valor científico de Atapuerca: el supermercado de la prehistoria. Ya se decía entonces que en Atapuerca habría trabajo para  generaciones de investigadores y así se está demostrando. De hecho, está ya planificada la retirada de los codirectores y el paso adelante de la nueva hornada de científicos. Esa expectación con la que vivimos en aquellos años 90 los descubrimientos en la sierra, como el del antecessor que pude dar en primicia, se palpa ahora de cara al próximo año en el que todo apunta que la cosecha de hallazgos no sólo será abundante sino muy relevante desde el punto de vista científico para apuntalar la condición de Atapuerca como enciclopedia de la evolución humana. La próxima campaña de excavaciones, en la que se cumplirán treinta veranos desde que la hoy directora del Museo de la Evolución Humana, Aurora Martín, extrajese de la tierra los restos de una nueva especie humana que se ha bautizado como homo antecessor, promete emociones fuertes a los científicos. La riqueza en fósiles de todo tipo en este punto concreto de la meseta castellana, las evidencias de la conducta de los hombres desde la más remota antigüedad a los usos agrícolas, la continuidad de la línea del tiempo de la evolución en un espacio concreto y perfectamente preparado para la investigación, el perfeccionamiento de los métodos de excavación, catalogación y conservación y la experiencia de tantas décadas a pie de yacimiento suponen un capital científico incalculable. Las excavaciones y sus excavadores obtuvieron el premio Príncipe de Asturias y este sitio arqueológico burgalés está catalogado como Patrimonio de la Humanidad. La calidad del trabajo científico es tal que ha revolucionado la paleoantropología y no sería de extrañar que pudieran ser candidatos a los premios Nobel. Pero su mayor valor es que aún queda muchísimo ovillo por desmadejar para  dar respuestas sobre la evolución del género homo. De verano en verano.