El tropezón
INIMAGINABLE que el cara cara del lunes pasado entre Sánchez y Feijóo acabara en tropezón de proporciones olímpicas. Se habían filtrados demasiados clichés desde la Moncloa y la progrez: que si Feijóo no era más que un «paleto» de provincias con pretensiones de michino que sólo manda en su rabo, y esto dependiendo del día; y que si era un cobardiano con quevedos plegados que, en cuanto oyera la voz tronante del Presidente -a ver, ¿«de quién depende la fiscalía», de quién esta antena de televisión y estos moderadores tan majos?-, le entraría el canguelo.
Pues no señor. Desde el minuto cero, Feijóo no sólo se desprendió del tópico del pardal que cae en las trampas como un sansirolé, sino que marcó territorio y, además, no hubo cuestión en la que no entrara como un miura para satisfacer por igual a los que necesitan un toro de verdad tanto para correr en los encierros como para los que van en caballo al ruedo.
Así que el capitalino Sánchez -que preparó su encuentro como un paseo triunfal, con un largo retiro, y asesorado por una caterva de consejeros para el bien, para el mal, para la verdad, para la mentira, para el encaje de las fórmulas, y para hacer del huésped gallego un pardillo de burladero-, se encontró desde el primer minuto con la advertencia inapelable que hace Dorotea en el capítulo XXX del Quijote: «sosiéguese vuestra merced el pecho» y haga tres cosas por este orden preciso: una, respetar el turno, dos, escuchar respetuosamente poniéndose «tres puntos en la boca»; y tres, si fuera necesario, «morderse tres veces la lengua». Así se las gastaban las paletas en El Quijote.
Pero claro, Sánchez, que es mucho Sánchez y nada que ver con Sancho que más le valdría al chulo de Tetuán, no hizo ni puñetero caso. El cara a cara se convirtió en el castigo de Sísifo, que fue condenado -por la gilipollez de hacer de chivato en un lío de faldas entre los dioses sempiternos- a cargar encadenado con una piedra enorme hasta la cima de una montaña y, cuando ya estaba en la cumbre con la lengua fuera, la piedra volvía deslizarse por la pendiente abajo, y así hasta la infinitud más progresiva.
¡Esto sí que eran condenas como Dios manda! Pero esto sería la parte mítica del despeñamiento televisivo que vivimos el lunes en directo. La historia real es mucho más pedestre, absurda, y pobretona. Se redujo al relato de un sobrado como Sánchez que, de tropiezo en tropiezo, repetía los pasos desternillantes de una película argentina en blanco y negro, titulada «Un tropezón cualquiera da en la vida», y que dirigió Manuel Romero en 1949. Aquí, un protagonista tontaina acaba en la cárcel por defender -con arrolladora ingenuidad y prepotencia de rodapié-, una causa perdida. O sea, la misma historia de Sánchez pero sin ningún tipo de ingenuidad y con una arrogancia superlativa.
Tan desmedida que, tras el tropezón del lunes pasado, se ha convertido para Sánchez en lo que se llama en psicología un socavón obsesivo–compulsivo, que consiste en repetir la misma argumentación o tarantela persecutoria hasta que la retahíla adquiere la misma inercia vertiginosa de ascenso y descenso que el piedra de Sísifo. O sea, un abismo que llega solito cuando la razón se pierde, y que advertía don Quijote a Sancho de esta manera: hijo, «encomiéndate a Dios, y procura no errar en la primer intención». Algo que traduce el refranero español con el mismo acierto: si malo es el errar, mucho peor es el perseverar.
Tras el tropezón del lunes, Sánchez ha perseverado en trompicones durante la primera semana de campaña electoral con los mismos argumentos y razones que el lunes por la noche le llevaron al KO técnico en el cara a cara. Su argumentación ya es preocupante, porque su razón inapelable descansa exclusivamente en las sinrazones de un autócrata: sólo él posee el don taumatúrgico de convertir la mentira en verdad, la verdad en mentira, los peces en pan, las opiniones en certezas, la política progre en salvación universal, y las encuestas que le son adversas en manipulaciones heréticas contra la fe del sanchismo sociata y redentor.
Si alguna duda teníamos de esta deriva maniaco-depresiva-persecutoria, quedó despejada del todo con el debate que mantuvieron el jueves en TVE -la televisión «espantosa», según aquella directiva de feliz lapso- los distintos portavoces de los grupos parlamentarios en el Congreso. Lo de Patxi López -el palafrenero de Sánchez como numen para las ocasiones de riesgo- fue de un patetismo astronómico, y de un tropezón tan tontiloco y de cántaro tan vacío, que hacen del enemigo un loor exquisito de inteligencia artificial.
Algunos sabíamos, antes de oír perorar al ex lehendakari como un aspersor que ha perdido la manguera, la vía y el oremus, que con estos derroches de inteligencia infusa la campaña electoral ya no daba más de sí, y que, definitivamente, quedaría sentenciada. Lo está de hecho, pues Sánchez está tan ocupado con la presidencia de la UE que ya no tiene nada que hacer aquí. Sólo falta que el voto por correo a cobro revertido se convierta en una pesadilla del verano, en un interrogante, en «una sombra de duda sobre nuestro sistema electoral» como ha lanzado Zapatero contra la oposición.
Muchos socialistas han descubierto -con estas comparecencias del jefe sobrado y del coscorrón de cabestro en la Sierra de Gredos-, que las elecciones, a la caza del voto etarra y del golpismo supremacista catalán, se están yendo por la barranquilla. Se van por una razón de suma impotencia: ya no hay argumentos ni para arremeter en serio contra la oposición ni para seguir gobernando en serio con Frankenstein. Así que el tropezón ya es un clamor contundente: que te vote chapote.