Soy españoleta
ESPERO QUE los ministros del «Aire» que acordonaron Valladolid hayan dado en las claves para frenar lo inevitable. Propongo un Ministerio de Ambiente Entero. Mis amigos, los portugueses, no entienden esas mitades «medioambientales». Oportuna visita del sanedrín de los tornados en un clima electoral calentito y con vientos del norte. Y del sur. Seguimos a la espera, entre cansinos debates y debates cansinos, esquivando dardos envenenados de cerbatanas amigas, y hartos de las salidas de los extremos, picos que siempre están fuera de la linde y todavía guiándose con mapas de carretera nacional y cantos de guerras olvidadas.
Habrá que elegir entre toda esta españolidad machadiana, cuyos protagonistas han crecido. Españolitas, señoritas españolas, españolas muy españolas, hispanas –que no latinas–, españolas de a pie, en bici y españoletas con todos los sacramentos rojos y gualdos. Con frecuencia me detengo a pensar qué se le está pasando por la cabeza a esa españolita de a pie. Y no me refiero a esa españolita trágica a la que trajeron al mundo entre tanto entierro, siesta y bostezo. Más bien cito a esa que no conoció las Españas de antes, que nunca son las de ahora, por muy evidente que estén cada vez más cerca, y por mucho que se empeñen unos y otros en reactivar lo peor.
Esa españolita que solo conoce las Españas que se fundieron en un consenso transitorio, las que nos sacaron de un régimen y trajeron la libertad, las que firmaron la paz y aparcaron un régimen caduco y consiguieron el periodo democrático más interesante y plácido que hemos vivido y parido las españolas. Vuelvo a la españolita. Es fácil reconocerla, se mantiene libre y sin ataduras como una parte del común, sin hacer ruido. Escucha y calla. Y asiste atónita a un debate permanente de fauna salvaje que muestra sus colmillos ante la sola presencia de su contrincante político.
Esa españolita de andar por casa que no tiene marca ni credo ni filiación. Que se preña si quiere y si no, no. Esa que debe estar alucinando por los que aseguran con absoluta seguridad y sentencian sin ningún tipo de miramiento su única verdad. Las partes dicen que ellas son las que lo hacen muy bien y que las otras lo hacen muy mal. Y viceversa. No es tan fácil para una paisana normal, de la calle, de esa clase social que pasa de puntillas sin hacer ruido y se agarra a lo poco que tiene, convencida de que es lo que hay y que no se lo toquen. Me niego a admitir que solo una parte lleva la razón y que sus razones sean las soluciones y con lo que tendremos que acostarnos. Espero que ellas, las mujeres, mi madre y así, sepan votar bien esta vez por ellas y por todas nosotras. Por España y Portugal. Soy españoleta en femenino singular.