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ENTRE LO CREMATÍSTICO y lo crematorio surge un nexo, inevitable, con forma de urna. Quién puede negar que, en una proporción nada desdeñable, existe una clara motivación económica para animarse al ejercicio de la política. Así que en ese pequeño recipiente de diversa tipología acaban albergándose tanto esas papeletas que pueden transformarse en acciones de una próspera sociedad con forma de cargo público como las cenizas a las que se redujo el cuerpo humano tras convertirse en cadáver. Un pequeño espacio que igual contiene la voluntad política de los ciudadanos como los restos de un ser humano en su último trayecto.

Palabras tan similares en su fonética y ortografía, con un origen, una etimología, que se encuentra en el griego (crematístico) y el latín (crematorio), los idiomas de las dos culturas clásicas occidentales por antonomasia. Y que dan su juego, qué duda cabe, cuando se ponen revoltosas, traviesas, metafóricas, en el actual escenario electoral del próximo 23 de julio. Nadie puede negar que con el señalamiento de una fecha como ésta la cosa está que arde. El responsable de poner el circulito rojo en ese día es un consumado pirómano en las cuestiones de la gestión política. Empleo que compatibiliza, en pirueta de esquizofrenia (como ya hacía en su cargo de vicepresidente del Pablo Iglesias, cuando animaba a manifestar contra políticas de su propio gobierno), con el de apuesto bombero, siempre dispuesto a sacar la manguera a pasear para librarnos a los mortales del incendio que él mismo provocó, reclamando un tratamiento de héroe. Cosas del narcisismo en una sociedad infantilizada. Tierra fértil para la semilla de lo superfluo.

Pues eso, que nos llaman a las urnas, para conjugar lo crematístico de quienes desean manejar lo público, entre siglas y gestos de voluptuosa vacuidad, y el instinto de supervivencia que incita a convertir en cenizas un modo de gobernar que ha logrado imponer un modelo de gobierno sustentado en la provocación y en hacer alarde de todo lo contrario de lo que hace. Poco más es el sanchismo, un territorio fecundo en la discordia, el enfrentamiento, la manipulación, la falta de transparencia y la ausencia de dignidad en las decisiones y en su proceso de gestación.

Inevitable la cuestión crematística, tan poderosa, cabe acudir a las urnas para danzar alrededor de una hoguera que sea el fruto de una catarsis en nuestra democracia, la purificación que haga arder a los impostores. Quienes convierten las leyes en la propia estrategia de su insolente estafa.