El doctor Antonio Otero
Están que no se lo creen. Casi 2000 familias vallisoletanas lamentan entristecidas que, su médico de toda la vida, deje de serlo. Se jubila, después de 40 años, el doctor Antonio Otero, uno de esos médicos de cabecera que atienden enfermos y no enfermedades y estiran el tiempo en ambulatorios y centros de salud, para socorrer a cuantos lo necesiten, con prontitud y eficacia. Responsable, junto a otros compañeros y compañeras suyos, de que nuestro Sistema Nacional de Salud tenga el prestigio que atesora, gracias a la entrega vocacional de un puñado de mujeres y hombres que cuidan de nosotros de mil amores, tanto en consulta como en domicilio, desde una perspectiva no sólo física, sino también psíquica y social y, a los que hoy rindo homenaje, con esta gacetilla, en la persona de Antonio Otero. Deja el oficio un ser acogedor y discreto y un profesional abnegado, después de décadas mitigando dolores y caldeando corazones con absoluta normalidad.
El doctor Otero ha sabido ser cercano, profundamente benevolente y altruista con su tiempo y su sapiencia, y ponerse siempre en la piel del otro, en la mejor tradición de la medicina humanista que tiene España, con nombres como los de Gregorio Marañón, Miguel Servet, Pío del Río Hortega y tantos otros, anónimos, pero escritos igualmente en letras de oro en la historia de la Medicina. La suya es una andadura de esas en las que vale la pena detenerse y mirarse. Son las personas como él, en cualquier oficio, las que sostienen el mundo y levantan la vida, día tras día, mediante un esfuerzo escondido y tenaz, que merece nuestro reconocimiento y gratitud.
El doctor Otero dirigió el Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Valladolid, en una fecunda etapa: introdujo espacios y tiempos de reflexión y maduración y consiguió que la medicina fuera algo sentido y compartido por la sociedad. El secreto: abrir de par en par las puertas de la medicina, a ese encuentro tan necesario entre facultativos y ciudadanos de a pie, que no es fácil de construir. Lo han despedido sus compañeros con pesar y, han querido retenerlo incrédulos sus pacientes. El que se jubila, uno de esos profesionales de lo público sin los cuales la vida no funciona, deja huella y un hueco difícil de llenar. Al Doctor Otero lo quiere todo el mundo. La inmensa mayoría lo admiraba, también, por su bondad y ojo clínico. Se retira, como digo, entre el cariño y el respeto de la profesión y de la calle. Empezó en los pueblos de Segovia y luego en el barrio de la Victoria, de Valladolid, para pasar después al ambulatorio de Filipinos, donde ha sido toda una institución. Miles de pacientes se han beneficiado de su constante aprendizaje, de su capacidad y de su buen talante, que es como una puerta abierta a la esperanza y el alivio de cualquier dolor.
Deja la profesión una de esas personas que no debiera irse nunca, por más que se merezca una etapa jubilar rebosante de gozo y cumplidas ilusiones. El compromiso del doctor Otero con la sociedad, le llevó a participar de la política y se presentó como independiente en las listas del PSOE para la alcaldía de Valladolid, donde ha ejercido, con buen tino, como concejal en el equipo de Óscar Puente, hasta que un infarto lo mandó al hospital. No se pueden tomar las cosas tan a pecho; demasiado inquieto e imaginativo, como para que tanta laboriosidad no le pasara factura. Así es Antonio Otero: capaz del milagro, poco frecuente, de verse en el otro, para mitigar cualquier padecimiento.