El tango del cura
NO ME NEGARÉIS que el título tiene gancho. Podría ser el de un relato o la portada de una novela. O un pasaje sonoro y sentimental de un gorrión enamorado al salir de misa en una esquina del barrio de Buenos Aires. Antes de entrar en materia y destripar su significado, ábrase la trampilla de la imaginación y que salgan ellas, las musas, en busca de una buena historia. Imaginad por un momento a Carlos Gardel, con sotana, bailando con una serrana vestida de traje de vísperas que le bordó una tía suya que emigró a América en un barco.
Y, por seguir soñando, que el baile tenga lugar frente al arcoíris de la Casa Lis, esa cajita de la nostalgia modernista. Y verlos después caminando al caer la tarde, cuando la piedra de Villamayor se avergüenza y se sonroja como una adolescente. Sigue, sigue que nos estamos dejando llevar, vamos, que nos venimos arriba con el cura y su tango. La pareja lleva detrás al tío Eusebio tocando el tamboril y a un boquense con su bandoneón. Buscan mesa para comer. La encuentran en el Río de la Plata. Pauli les recibe tarareando el «no llores por mí, Argentina», la frase que jamás pronunció Evita…
Qué bonito es el amor, mientras dura. Pues bien, esta historia se acabó. Cierra la trampilla. Porque ahora vamos a abrirla de nuevo. Pero ahora lo hacemos para hablar de un cura, Emiliano Tapia, y de un barrio marginal, el de Buenos Aires, y de una ciudad rica, culta y próspera, Salamanca. Y es que, durante 40 años, al cura charro-bonaerense y a los suyos les ha tocado bailar con los más pobres, con los más feos. Y hay que tener valor para abrir el baile en un barrio marginal y sacar a bailar en un tango cruel como el que ha marcado el ritmo de las cuatro últimas décadas de este barrio conflictivo, con secuencias de narcotráfico, el reducto social al otro lado del río.
Resulta que el barrio de Buenos Aires, en Salamanca, celebra estos días 40 años. Pero gracias a la orquesta de este cura hoy hablamos de esperanza en la casa del necesitado. La casa de acogida responde a la exclusión social, a la atención a mayores y niños, con su guardería. Una empresa de inserción social que media entre la producción de alimentos y el consumo. Ese obrador de «Manos verdes» que ocupa a desocupados en las huertas y las hace rentables socialmente. El cura, que dice que todo puede ser distinto si afrontamos la situación de mayores, mujeres, expresidiarios, pobres y necesitados, víctimas muchas veces de la permisividad o indiferencia institucional. Es curioso que este cura sin sotana demuestre, con su Dios y con la práctica, lo que ni los unos ni los otros (zurdos y diestros) han sido capaces de afrontar. No los veo bailando un tango en Buenos Aires.