Diario de Castilla y León

Antonio Piedra

Parque temático de molinillos

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SI DIOS no lo remedia, el fin del campo y de la España vaciada, ya tienen fecha de caducidad. No es que vaya a suceder la invasión de alienígenas que pronostica Hollywood desde el cine mudo. Ni tampoco por la inminencia de la catástrofe meteorológica de la que, según los voceros de la televisión y demás inquilinos de la creación, son culpables los países de la Europa ricachona y derrochona. Nada de eso.

Los ecolojetas de la Unión Europea, que son al clima lo que un ladrón a la honradez –«riñen los diablos, y en seguida se descubren los hurtos»–, decía Galdós en Los duendes de la camarilla–, ya lo tienen todo decidido en cómodos plazos. Uno, a partir de 2035, se prohibirán los coches de diésel y de gasolina. Dos, a partir de ya mismo, tanto los molinillos megalíticos  como las placas solares de Apolo, se declaran por ley divina artefactos de «interés público superior»,  que estarán exentos de todo tipo de trabas medioambientales, fiscales y la madre que las parió. Tres, la entrada en vigor de la Ley de Restauración. ¿Qué significa esto? Pues que estamos en el juego de la correhuela: que quien no esté dentro, no huele ni de coña lo de fuera. Se acabaron los cereales, las carnes, los lácteos , y los derivados de los gusanos. El campo se convertirá, básicamente, en un parque temático de molinillos que regulen el tráfico de perdices y alcaravanes, y de placas solares que distribuyan luz en las alforjas lumínicas de una burra.

Y todo desde ya, y con vistas para reparar el  hueco en la capa de ozono con esta ocurrencia catastrófica que acaba de lanzar hace unos días el Club de Davos: en 2050 hay que eliminar el 75% de todos los coches en el mundo. El suicidio progre de la civilización Occidental se impone a pasos agigantados.

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