Edmundo, se acabaron los billetes
ESTA SEMANA debe ser a la política lo que los 8 Días de Oro a El Corte Inglés. Hay ofertones despampanantes. Resulta que en eso que se llamaba Ciudadanos y que ya sólo existe en el imaginario electoral, y en la nostalgia de Albert Rivera, han salido dos púgiles a liarse a puñetazos contra nadie. Porque no hay nadie. Y los pocos que había han huido, se han pirado, se han apoltronado en otro lugar, o, simplemente, se limitan a pensar que todo fue un sueño que los llevó a moquetas, coches oficiales y sueldazos a cambio de alicatar al PP en el momento en el que el PP no tenía ni para azulejos. Los dos púgiles, uno con calzón vaquero negro y el otro con chinos beige, saltaron al cuadrilátero el fin de semana en un bar, de mesas recogidas, al que acudieron una veintena de colegas que no tenían otra cosa que hacer esa tarde más que escuchar el eco de los egos. Se trata de Francisco Igea, la salsa de todas las broncas, y Edmundo Bal, pimienta de todas las desidias. El segundo se presentó por Madrid cuando Ayuso les dio una patada. Sacó la nada despreciable cifra de cero parlamentarios. De 26 a cero. Eso sí que es un cambio climático. Eso sí, quedó amarrado al Congreso. Hay que reconocer que el tipo es un visionario. Y que no sueltan la poltrona ni a tiros. Ahora anda dando sermones por ahí, con Igea de palmero, al que tampoco se veía entusiasmado ante la escasa dialéctica del Bal este, que dice que sus compañeros no los quieren por la sede porque así se pueden gastar la pasta que queda en la caja, que mucha no quedará a la vista de que estos cuentan que no han metido la mano al bolsillo para pagar una caña en su vida. Más agarrados que un chotis apretado. Eso es lo que les importa a todos estos:los billetes. Se acabaron los billetes y la barra libre. A partir de ahora, si quieren festival, a pagarlo del bolso. Están que se suben por las paredes estos que habitan en la vanidad de su ego. ¡Edmundo, eres un figura, no tenías que morir nunca, había que embalsamarte!