La gran milonga de la sequía
¿PERO QUÉ PASA con los embalses? Que alguien les ponga el tapón. Llevamos casi todo mayo y lo que va de junio lloviendo prácticamente a diario, en algunas ocasiones de manera torrencial, lo que está provocando situaciones de localidades inundadas, campos anegados, arroyos desbordados y ríos que multiplican por cinco sus caudales, mientras los embalses apenas suben un 0,5% si es que suben. ¿Pero dónde va esa agua? Es evidente que se pierde por un grave problema, no de sequía, sino de falta de previsión y adaptación de las infraestructuras hidráulicas y sistemas de recogida y almacenamiento a la nueva situación climática. Nadie puede negar ya el cambio climático pero no podemos echarle la culpa siempre al empedrado porque muchos investigadores mantienen que el agua que hay en la tierra, y los ciclos meteorológicos que provoca, es la que es. Ni más ni menos. No es que llueva menos, sino que ahora lo hace de forma diferente concentrándose mucho más, tanto en el tiempo como en el territorio, provocando, no sólo enormes catástrofes,, sino que cientos de miles de hectómetros se pierdan mientras los agricultores no pueden regar y sufren pérdidas incalculables en su medio de vida, y en el nuestro.
El caso es que, por algún motivo, algunos sectores evolucionan mucho más que otros que parecen estancados en el tiempo. Todos vinculamos los avances tecnológicos a sectores como las telecomunicaciones o la automoción pero ¿qué pasa con la construcción, el urbanismo, la obra pública o algunas ingenierías que han evolucionado tan poco en los últimos años? Aparte de algunos avances en domótica las casas se siguen construyendo básicamente como hace cincuenta años mientras que los teléfonos móviles se te quedan anticuados en un par de años. Quizá el cambio climático sea el acicate para que el urbanismo, la arquitectura o las infraestructuras hidráulicas evolucionen y se adapten a esta nueva situación climática mejorando el aprovechamiento del agua de lluvia cuando llueve, no cuándo y dónde queremos que llueva.
Entretanto, la confederación hidrográfica del Duero se afana en elaborar planes anti sequía tan ineficaces como irrealistas y los agricultores de Castilla y León siguen sufriendo enormes pérdidas en sus cosechas que agravan la ya delicada situación de un sector que arrastra graves problemas, tanto de rentabilidad, como de falta de relevo generacional. Está bien que los agricultores protesten y anuncien movilizaciones, pero mientras no se enfoque esta situación a largo plazo no se podrá solucionar un problema que ya no es coyuntural y que deberá afrontarse con mucha más decisión, inversión e investigación.